En Al ritmo de los acontecimientos


El arte de escuchar se nos va perdiendo entre tanto ruido. Y las imágenes vertiginosas inundan como un huracán nuestro corazón. Me reafirmo en mi postura, pienso que la luz y la palabra deben ser simples y sencillas para decir algo. Escribo para pensar, para ordenar la vida, y para que los momentos insignificantes no se me escurran entre los dedos y se pierdan para siempre.

Me he vuelto para verlos discutir. Llevaba un buen rato escuchándoles. Pero contemplar los gestos ayuda a valorar las palabras. Por eso preferí volverme y ver disimuladamente sus rostros y el vaivén de sus manos perdidas en el espacio neutro de aquel bar. Aunque hablaban de un asunto intrascendente, a uno de ellos parecía irle la vida. Lo peor fue cuando dijo: “¡Porque a los que son como tú… un día os vais a enterar, hombre!”.

En el fondo todas las discusiones son una defensa de la uniformidad contra la diversidad. La uniformidad es la imposición de los superficiales, de los que no pueden distinguir lo esencial de lo relativo, de los que no distinguen, ni en la boca, la arena del pan rallado.  La uniformidad nos hace estáticos e inmóviles en nuestros pensamientos y porque nace de la inseguridad, o quizás de los complejos, se pone siempre de moda en los tiempos de crisis.

En cambio, los tiempos de crecimiento son plurales, nacen nuevas corrientes, nuevos estilos, formas renovadas de vida en la búsqueda de las fuentes. Se buscan sendas de confluencias. Crece la ilusión en las personas porque se mira el horizonte, se acaricia de lejos la utopía y se marcan nuevos caminos de futuro. El inmovilista, el uniforme, siempre mira el pasado desvirtuándolo, eligiendo esto de aquí y aquello de allá, para hacer unidad de lo que no lo era, pues la unidad es algo tan esencial que, digan lo que digan, no puede hacerse de cosas superficiales. Son débiles los que confunden la uniformidad con la unidad, aunque tengan la máscara de la humildad. Un día leí esta frase en la novela Tres monjes rebeldes, que me marcó: “algunos se creen humildes porque piensan en diminutivo”.

Discuten y creen defender la pluralidad cuando sólo se aferran a su propia uniformidad. La diversidad siempre genera el diálogo, porque el diálogo es también dinamismo, movimiento. Sólo existe diálogo si hay escucha, es decir, acogida en el corazón, no sólo en la mente. El esfuerzo del diálogo unifica las personas, busca caminos nuevos, creativos, traza sendas abiertas, horizontes amplios, pequeñas huellas pero que crean intención.

La verdad es que sólo el camino hacia lo esencial nos hace más sabios, y la sabiduría se mueve por los pasos del diálogo y no de las broncas, de lo comunitario y no de la visceralidad individualista. En lo esencial va toda la vida, no sólo una postura o una novedad del momento. Muchas veces pienso que si nosotros fuésemos Dios nunca hubiéramos hecho posible la Encarnación, ese maravilloso diálogo de lo esencial. Sólo el que domina la sabiduría de lo esencial es capaz de rebajarse para hacerse UNO. Sólo él es capaz de distinguir humildad de humillación.

¡Un sólo corazón! No nos queda casi nada por andar…

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

Teclea lo que quieres buscar y pulsa Enter