En Al ritmo de los acontecimientos

Como un hormiguear de personas se llenan en este mes de mayo nuestros caminos de romeros y cofrades hacia sus ermitas, lugares solitarios, como su nombre indica, para la búsqueda de las raíces religiosas que, tantas veces, vamos dejando en los recovecos de la vida. Aunque muchas veces no es así.

Peregrinar es salir para encontrarse. La peregrinación nos invita a viajar con el corazón, caminamos hacia una meta más íntima que lo que supone un lugar, peregrinar requiere un destino, dar respuestas a las preguntas que nos inquietan. No es lo mismo ser peregrino que ser vagabundo. Caminar sin metas es propio de estos últimos.

No sólo caminamos para festejar, para encontrarnos con amigos, para cumplir con tradiciones, nuestra peregrinación se podría convertir en un viaje sin retorno. Peregrinar es una metáfora del viaje espiritual y debe proponer un contexto la conversión, esa necesidad humana de volver al hogar. No a una casa, sino al corazón y la ternura de Dios.

Hace unos días me encontré con cuatrocientos cincuenta cofrades de distintas hermandades en un espacio de encuentro y reflexión. Estaban representadas 28 cofradías de toda la diócesis. Era un clamor que debíamos renovar, fortalecer y animar a estas antiguas instituciones de la Iglesia, para que no se queden tan solo en un afecto de pertenencia, sin ningún tipo de implicación en la comunidad parroquial, ni siquiera de testimonio personal de fe.

Les dije que ser cofrade era un “plus” a ser católico. Las cofradías nacieron para fomentar la vida de fe y de piedad, para asistir a los pobres, a los huérfanos, a los moribundos, y enterrar dignamente a los muertos sin posibilidades. Las cofradías deben por tanto tener su formación catequética, apoyar las iniciativas pastorales de sus parroquias, incorporar su actividad al plan diocesano, ser creativas y sobre todo ser ejemplo de austeridad para poder promocionar la caridad.

Pero muchas veces, me decían algunos, estaban siendo todo lo contrario: no daban importancia a la vida cristiana de los hermanos, no se preocupaban de los pobres y necesitados, sus cuotas se iban en comidas, bordados y oropeles, había luchas de poder entre ellos, pugnas por ver qué cofradía era la mejor, todo basado en criterios mundanos, faltaba el sentido de pertenencia a la Iglesia, algunos pretendías que fuesen una organización civil… Todo menos una hermandad de creyentes.

¡Dios mío! quizás cada cofradía tenía que hacer su propia peregrinación para volver a las fuentes, para ser radicales buscando sus propias raíces. Pero uno tiene que haber madurado, en el crisol de la fe y de la experiencia comunitaria, para poder entender realmente todo esto.

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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