En Al ritmo de los acontecimientos

La Biblia es un libro que habla de Dios y del hombre, explicando los porqués de la humanidad y de lo más íntimo de nuestro ser. Es toda una historia de amor y desamor, de concierto y desconcierto, de caminos de ida y de vuelta, de encuentros y huidas, de diálogos y silencios largos. Comienza con la creación. Nos preguntamos sobre los orígenes de todo. Es una pregunta filosófica y no sólo teológica. Y se explica con narraciones de una manera que se puedan entender. Aparentemente, con perdón, Dios lo hace todo perfecto, por siete veces dice que lo que ve es bueno y al final usa el superlativo, “muy bueno”. Cuando el sexto día crea al hombre lo hace con un cariño especial, diciendo “hagamos”, como poniendo hincapié y ternura, y “creó al hombre a su imagen y semejanza, varón y mujer los creo”. Ningún texto sagrado antiguo, de las distintas culturas religiosas, se expresa con tanta sobriedad, ni nos sorprende en lo más íntimo con tanta profundidad.

Pero si más arriba he dicho “aparentemente”, es porque a continuación del primer texto aparece un nuevo relato de la creación y nos encontramos al hombre solo. Este sí que es el drama del paraíso: la soledad de Adán. Bueno, es el primer drama que se da en el paraíso. Vemos al varón recién creado de un lado para otro, poniendo nombre a los animales, etc. Pero a pesar de su dominio y superioridad no encontró a ninguna criatura que se le asemejara. Posiblemente, desde la soledad, manifiesta una queja, llamémosla oración, pues era un diálogo del hombre con Dios.

La soledad, como le ocurrió a Adán, en nuestra sociedad es fruto de una cultura del descarte. Es una de las lacras que hoy más nos aflige, aunque no solemos hablar de ella. Si no, pensad en los ancianos abandonados por sus seres queridos, incluso por sus propios hijos; en los viudos y viudas sumidos en el dolor; en tantos hombres y mujeres descartados por su propia esposa o por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas, no escuchadas, no queridas, no acogidas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra, la persecución o la miseria; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura de la precipitación, la novedad y el estreno: nada permanece, todo es para usar y tirar, incluso las personas.

Pues desde la escucha de la posible reivindicación de Adán, Dios hace un nuevo replanteamiento: “no es bueno que el hombre esté solo, voy a crear alguien como él” (Génesis 2,18). Más claro agua, alguien como él, así, desde el principio. Después, a lo largo de la historia, vendrán interpretaciones interesadas y malintencionadas, pero eso es harina de otro costal. De la costilla hizo Dios a la mujer, también a su imagen y semejanza. El Talmud, que es una recopilación de las discusiones de los rabinos sobre las leyes y tradiciones judías, dice que Dios hizo de una costilla a la mujer por ser lo que tenía más cerca del corazón del hombre. Y desde entonces “abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. Y este es el fundamento del matrimonio y la familia en nuestra tradición cristiana. Y a nadie se le puede obligar a ello, pero es nuestra manera de ver el sentido de las cosas. (Otra cosa es el fracaso y el desamor)

En cambio, ¿No estamos hoy viviendo de alguna manera el drama de Adán? Lo tenemos todo, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para disfrutar y compartir lo logrado; sofisticados medios de diversión, pero un profundo vacío en el corazón; demasiados placeres, pero muy poco amor; mucha autonomía, pero poca libertad. Y la familia es un reflejo de todo esto. Cada vez nos cuesta más llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza,… Y si perteneces a una de esas familias donde se sigue luchando por un amor duradero, fiel, estable, fértil… cada vez serás más objeto de museo. Pero, en cambio, ¿no debíamos preguntarnos por qué las sociedades más avanzadas, y con muchas más posibilidades que las subdesarrolladas, tienen la menor tasa de natalidad, el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social? Pues este es el segundo drama del paraíso, el pecado, mejor a nuestro aire, que con un Dios que nos pregunte ¿dónde está tu hermano?

¡Ánimo y adelante!

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