En Al ritmo de los acontecimientos

Me encuentro solo, en silencio, recién amanecido, con la memoria de estos últimos 365 días revuelta de refugiados, asesinatos, corrupción y desacuerdos. Pero tengo la suficiente energía e ilusión para comenzar de nuevo, tomar el pulso a la vida y jerarquizar mis posibilidades. Pues todo día que amanece, todo año que comienza, es una página en blanco llena de oportunidades en este libro de la vida.

La noche vieja, una de las más largas, tediosas y confusas, ha roto, como es habitual, todos los límites. Las calles llenas de basuras, vomitonas y orines manifiestan el despropósito de lo que muchos llaman fiesta de fin de año. Olvido de la sensatez y la cordura. Las cosas que se viven con sentido y corazón no salen tan desquiciadas, rozando la locura y el desvarío.

Los barrenderos (benditos ellos) lavan el rostro de la ciudad para dar comienzo a una convivencia ordenada. No puede ser de otro modo. Y con su acompasado y silencioso movimiento amontonan los escombros de la desmemoria. Todo fue falacia, no hay verdad. Se apagaron las luces de la noche, colores de fantasía y un aparente mundo feliz, para que torpemente, con un esfuerzo de titán, se haga un hueco la claridad del sol. Volvemos a la realidad.

Sobre la mesa, ordenada por fin, he dejado el sobre y el papel de la carta a los Reyes Magos, aún por escribir. Los adultos debíamos escribir, cada primera semana de enero, a estos sabios escrutadores de la verdad, caminantes de la noche, rastreadores de la luz. Renglón a renglón diseñar aquello que conscientemente creemos que es posible realizar durante un nuevo año, a base de ilusión, esfuerzo, creatividad, fe… Me gustaría evitar en ella todo tipo de utopías irrealizables, sueños empalagosos, frases políticamente correctas, armonías inalcanzables y deseos redondos que no hay por dónde cogerlos.

La carta a los Sabios de Oriente debe estar cargada de humildad (que viene de “humus”, tierra), de propósitos revisables que pisen tierra y de acciones concretas personales que puedan implicar también al bien de los otros, es decir, para pasar de una vez por todas del amor afectivo al amor efectivo. Sin amor no hay quien genere nada que permanezca. Las ideas se superponen unas a otras y luchan por prevalecer. El amor, en cambio, nos hace andar sobre las aguas, haciendo posible lo impensable.

La carta está en blanco y la pluma esperando sobre ella. La tinta va gestando las palabras que aún no han salido a la luz, para escribir con certeza. Y el sobre, permanece abierto para convertirse en guardián de la intimidad de unos buenos deseos que ya forman parte de la memoria del corazón. Feliz año. Felices Reyes.

¡Ánimo y adelante!

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