En Al ritmo de los acontecimientos

Jerusalén, año 33. Primavera.

Dos días antes de la Pascua judía, Jesús reúne a un grupo de compañeros, (que significa los que comparten el mismo pan) convocándoles a una cena de despedida e intimidad. Allí, a lo largo del convite, resume toda su vida y sus deseos: que todos sean uno, que se amen como él les ama, que el que quiera ser el primero sea el servidor de todos, que en su memoria partan el pan diciendo “esto es mi cuerpo…” y pasen el cáliz diciendo “esta es mi sangre…” Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos. Se puede decir mucho más de esta noche y del misterio que la envuelve. Punto.

Roma, año 66. Otoño.

Reunión de varias familias en torno a una mesa. Era una reunión variopinta formada por cristianos de origen judío y pagano. Estaban celebrando la Eucaristía. Escuchan las cartas apostólicas. Rezan. Reparten el Cuerpo de Cristo. Hacen una colecta para los pobres. Desde allí, para que puedan participar de este banquete místico, llevan en comunión (común unión) a los encarcelados y a los enfermos, para que participen del mismo Pan los que recibieron el mismo Bautismo. Muchos dieron la vida, pues redadas y acusaciones les llevaron al martirio.

París, año 1992. Verano.

Nâo Tô, es un arquitecto japonés, en su infancia fue sintoísta y después ateo. Pero era un joven en búsqueda y con una gran curiosidad intelectual. Quería trabajar en el África francófona. Nos encontrábamos en clase de lengua y cultura francesa y en alguna que otra merienda de amigos. Sus preguntas eran bastante difíciles de responder. No se conformaba con una respuesta sencilla, sino que como los niños pequeños solía seguir preguntando. Un día me dijo, ¿es verdad que los cristianos os podéis unir a la divinidad comiendo un trozo de pan? Eso os une a todos, ¡claro! Me quedé pensando. No sé qué habrá sido de aquel joven despierto, le recuerdo como a un sabio, porque sabía mirar más allá de las apariencias.

Lourdes, año 1994. Invierno.

Celebrábamos la Asamblea Internacional de la Acción Católica de Niños (MIDADE). Vinieron un grupo de chavales de Armenia. Ellos, por tradición, celebran la Eucaristía en arameo. Escuchar el Padrenuestro en arameo, como lo pronunciaba Jesús, fue emocionante. Pero el testimonio de la vida de aquellos chavales fue demoledor. Ellos, cada vez que iban a celebrar la Eucaristía el domingo, prácticamente se jugaban la vida, pues vivían rodeados de fanáticos. Era un encuentro que mantenían en la clandestinidad. En una distendida conversación les pregunté: pero ¿vale la pena jugarse la vida por ir a misa? Si, –dijo un chaval de unos 15 años– es la mejor herencia que nos han dejado nuestros padres. Pues eso.

¡Ánimo y adelante!

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