Marc, es un joven adolescente que me wasapea para hacerme unas preguntas que le inquietan. Por el tipo de preguntas no es un chaval del montón. A veces no es fácil contestar preguntas como las que él hace, en principio porque son complejas, sobre todo por la maraña de causas y de consecuencias que las rodean. Las dos primeras preguntas tienen que ver con los jóvenes hoy: implicación y compromiso de fe en la Iglesia. Y las dos últimas sobre el mundo rural: qué puede hacer la Iglesia para no perder los pueblos y cómo podríamos mantener las celebraciones. Le contesto.
El mundo de los jóvenes está muy fragmentado. Hoy más que nunca no existe un solo tipo de joven. En una misma ciudad, la tipología de jóvenes con la que te encuentras es muy variada. Y si tomas en referencia el mundo mucho más, así se vio en el Sínodo de Jóvenes. No valdrían las mismas respuestas para todos. En cambio, la Iglesia debe de ofrecer alternativas sacadas de la vida de Cristo, de su Evangelio. La cuestión no es amoldarse a lo que opina este mundo, para así poder ser más atractivos, sino buscar cómo ser auténticos, más discípulos del Señor.
Los jóvenes sí valoran la autenticidad. Pero claro, la pegajosa telaraña de influencias es tremenda, desde niño uno debe elegir unas actitudes y pensamientos que estructuren su personalidad y pasar de otras. Para eso está la ayuda de los padres, los profesores y los catequistas, que deben caminar al unísono, si no crearemos esquizofrenias, corazones fragmentados. Discernir, elegir y crear prioridades es fundamental. Quizás lo más importante, para dar a conocer a Cristo a otros, es hablar de corazón a corazón, con humildad, confianza en quien creemos, empatía y muchas dosis de humana delicadeza. Cuando hablamos sólo desde la cabeza surgen las ideologías y nos enfrentamos y nunca nos pondremos de acuerdo. Aun así, siempre debemos recordar que Jesús predicó a muchos y tan solo muy pocos lo siguieron.
Ahora bien, los que le seguimos debemos estar contentos con la elección que hemos hecho. Si encima de ser discípulo de Cristo, vivimos amargados o soñando e idealizando otros caminos, al final lo abandonaremos, y saldremos de su Iglesia. A veces el poco conocimiento del Señor, y la poca intimidad con él en la oración, nos predispone al abandono. Una amistad no cuidada es una amistad olvidada. Por eso es tan importante la familia, el grupo de amigos y la comunidad en donde celebro y me formo, que me acompañe y aliente. Nadie crece solo, necesitamos el apoyo de los que nos quieren de verdad.
Por otra parte, Marc, tú me preguntas sobre el mundo rural, porque te preocupa. Mira, los obispos de las diócesis de Aragón, vamos a sacar una Carta Pastoral, sobre cómo seguir evangelizando y alentando a los pueblos pequeños. Saldrá para el primer domingo de Adviento. Uno de los posibles títulos que se baraja es: “Nazaret era un pueblo pequeño”. La disminución galopante de la población, el envejecimiento de sus gentes y de sus párrocos, la falta de vocaciones sacerdotales (hay que tener cierta dosis de misticismo para ser cura de pueblo), los parajes recónditos, la lejanía de las capitales y las dificultades de movilidad y comunicación… todo esto, a los ojos humanos, parece una misión imposible. Pero no podemos abandonar a estos nuestros hermanos que nos han trasmitido la fe. No hay que olvidar que la mayoría de población de nuestras ciudades han venido de los pueblos.
Como los primeros cristianos, aquellas comunidades que son más numerosas deben ayudar a las más débiles. También las pequeñas parroquias se han de unir a otras y juntas formar una nueva comunidad. Es necesario que del mismo modo que los habitantes de los pueblos pequeños se trasladan a hacer compras, a la escuela o al médico, también aprendan a valorar el juntarse para celebrar juntos la Eucaristía, u otras celebraciones litúrgicas.
En bastantes diócesis rurales hay laicos que llamamos “animadores de la comunidad”, que, en ausencia de presbítero, van a rezar con las personas a las parroquias los domingos y les llevan el Cuerpo de Cristo, de la misma Misa en la que ellos han celebrado por la mañana, para hacerles también partícipes de la comunión. Es una costumbre de los primeros cristianos, que llevaban la comunión a aquellos que estaban escondidos o en la cárcel por las persecuciones. No sabes lo que me emociona esta práctica. También hay familias de la ciudad que durante la Semana Santa se comprometen a dar apoyo con su presencia a las celebraciones, preparándolas y animándolas con las personas de los pueblos. Todos los esfuerzos, Marc, son necesarios, por cuestión de dignidad.
¡Ánimo y adelante!