En Al ritmo de los acontecimientos

¿Cuántas veces nos hemos encerrado en nosotros mismos y no hemos mirado hacia adelante? ¿Cuántas veces mi grupo se ha convertido en un quiste, que puede devenir en cancerígeno y mortal? ¿Cuántas veces “mi espiritualidad” es simplemente eso, mía y para los que quieran ser como yo? Bien creo que esto no tiene nada que ver con el Espíritu Santo y de esto hay bastante en nuestra Iglesia.

Los muros, las puertas y ventanas cerradas, los caminos cortados, la vida estática y placentera, los miedos, los bloqueos de cualquier tipo, la tristeza, la angustia ante el futuro, el orgullo, la sospecha hacia los otros, la altanería… nos lleva a una vida individualista, encerrados en nuestra propia crisálida esperando que pase el tiempo, soñando en que algún día seamos una hermosa mariposa. Y vale.

El Apostolado Seglar y la Acción Católica, son el motor de cambio de esta Iglesia que a veces permanece demasiado cerrada por miedo a los de fuera, como los discípulos (y discípulas) del Señor antes de Pentecostés. Pero fue recibir el impulso del Espíritu como fuerza huracanada, como fuego abrasador, como sabiduría, entendimiento, consejo… que les hizo salir de su ensimismamiento.

Sólo la persona que están en el mundo (sin ser del mundo) puede arrastrar a otras para esta gran aventura del discipulado. Lo primero que no podemos olvidar es que somos enviadas y el mensaje no depende de nuestras influencias, pero sí de las maneras de comunicarlo y hacerlo comprender. Y el mensaje es Cristo: Palabra, Comunidad que celebra y Caridad. Con otras palabras, vivir el compromiso del evangelio, la eucaristía y el servicio a los más pobres.

Y aquí viene el problema, la vida comunitaria, que es la medida de nuestra fe, el crisol de nuestro discernimiento, la vivencia de nuestra esperanza. Sin comunidad no hay Acción Católica ni tampoco Apostolado Seglar. Nuestras comunidades parroquiales sustentan este camino y esta entrega. Incluso los movimientos especializados, que tantas veces trabajan en las fronteras de la fe, necesitan una comunidad plural que les sostenga y mantenga con la llama encendida, ante las dificultades con las que se rodean.

El dinamismo que genera la Acción Católica en las parroquias, es verdaderamente necesario. Los procesos de acompañamiento, la pautada formación, el diseño de los campos de acción, la pedagogía que nos abre a una espiritualidad de contemplativos en la acción, y, sobre todo, el protagonismo del laicado, hace que muchas de ellas tomen mayor fuerza en medio de nuestra sociedad, siendo faros de espiritualidad y cultura, refugios para los necesitados y escuelas de humanidad.

Una apuesta clara por la Acción Católica en nuestra Iglesia es dejar la puerta abierta para un renovado Pentecostés, aunque ya sabemos que el Espíritu puede romper nuestra frágil crisálida por donde menos lo esperemos.

¡Ánimo y adelante!

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