En Al ritmo de los acontecimientos

Ni la procesión, ni la alambicada puesta en escena de los ciriales, textiles litúrgicos, incienso, multitud de flores y la custodia de plata en una gran carroza ornamentada o en las manos del sacerdote bajo palio, se verán este año por nuestras calles. Esta expresión es una gran exaltación (quizás demasiado barroca) del sentimiento de un pueblo por la presencia de Cristo en ese trocito de pan sin levadura, sin sabor y sin cuerpo. La Hostia (la víctima) protegida por un cristal, rodeada de oro, plata y filigrana de expertos orfebres, se queda como perdida en medio de todo. A veces me recuerda a muchas criaturas (niños y niñas) emperifolladas por el excesivo gusto de sus padres, pero que ellas se quitarían todo de encima en cuanto pudieran.

Este año tampoco, los que tenían que haber hecho la primera comunión, irán a tirar pétalos de flores con sus canastillos, aunque bastantes no sepan por qué lo hacen. Perdemos la memoria de las cosas y queda la parafernalia, es decir la exhibición y el alarde de una ceremonia, para la mayoría, vacía de contenido. Aún recuerdo, estos años atrás en la procesión, cómo éramos observados por aquellos que ocupaban las terrazas de los bares, algunos con demasiada indiferencia y otros con risas altisonantes o comentarios hirientes. Y mientras, las personas que seguíamos el ritmo de la procesión entonábamos “cantemos al amor de los amores”. Algunas, ya mayores, se escandalizaban del trato que recibíamos. Pero así es nuestro tiempo y la mayoría de nuestra gente. ¿Qué hemos hecho mal? se preguntan algunos.

A partir del siglo XI, como respuesta a algunas herejías que negaban la “presencia real” de Cristo en el pan de la Eucaristía, surgieron las procesiones eucarísticas, que entonces llamaron la “Fiesta de Dios” y las exposiciones públicas del Santísimo Sacramento, que querían subrayar la presencia real y permanente de Cristo en el pan. Fue a partir de entonces, cuando el Papa Urbano IV en el año 1264, encargó al dominico Tomás de Aquino, maestro de teología en la Universidad de París, poeta y místico, que redactara los textos litúrgicos de esta fiesta, y que hoy mismo seguimos leyendo o cantando. Y el santo hizo todo un alarde de unidad, pues humildemente se basó en antiguas antífonas y responsorios utilizados por las distintas Iglesias particulares y sus liturgias.

La procesión no puede salir (quizás se quede encerrada y minimizada en los pasillos de nuestros templos) pero nosotros sí que podemos salir, y también somos cuerpo de Cristo resucitado. Así que, ¡todos a la calle! Justamente la prefiguración de la eucaristía, es aquel texto del día en que Abrahán, ya de vuelta, se encontró con Melquisedec, rey de Salem, y le ofreció pan y vino. Eucaristía es encuentro en el camino y es ofrenda, entrega.

La entrega es el ADN de todo bautizado. Por eso para que no caigamos en falsas espiritualidades hoy la Iglesia hace que volvamos la mirada hacia el rostro de Cristo en los pobres nuestros hermanos. Y por eso ha llamado CARITAS a esta manera de organizarnos y repartir este pan, para ayudarnos más y mejor. Y la palabra significa AMOR de DIOS, no podía ser de otra forma. No es nuestro amor, es el de Dios que se lo entregamos porque es parte esencial de nuestra fe y nunca podremos desfallecer en manifestar su amor a todos, con preferencia a aquellos que más lo necesitan.

¡Ánimo y adelante!

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