Este mes han trascurrido ya cinco años cuando todos nos quedamos impresionados ante el cadáver de un niño de bruces contra la arena. Hace ya cinco años que el holandés Ruben L. Oppenheimer, ilustrador político de lápiz crítico, en unos solos trazos, dibujó el cuerpo del pequeño Aylan Kurdi muerto en la playa y rodeado de un enjambre de “bla, bla, bla”, que le oprimían más que la suave ola que le acariciaba el rostro.
¿Por qué los niños que sufren o mueren, aunque sólo en algunos casos, nos enternecen tanto el corazón? ¡Han pasado tantos niños muertos por nuestras retinas! No es necesario recordar mucho para sentir cómo nos conmovimos viendo agonizar en directo, durante tres días y dos largas noches, a Omayra Sánchez, que quedó atrapada en un gran charco que causó la erupción del volcán Nevado del Ruiz en noviembre de 1985, en la ciudad colombiana de Armero. Por aquel lodazal desfilaron todas las televisiones del mundo retrasmitiendo de una manera impúdica la triste agonía de aquella niña de 13 años.
A diferencia de los diarios europeos, los periódicos franceses no publicaron la foto del niño muerto en la playa. El periodista francés Guillaume Goubert reflexionaba entonces ante la negativa de poner la foto del cadáver del niño en su diario: “Se trata de intentar comprender, por qué todos los esfuerzos de información y de movilización –recordemos la visita del Papa a Lampedusa hace ya dos años– son insuficientes para modificar el terrible curso de las cosas. Son demasiados los que piensan que esto es una crisis pasajera. Pero este verano se ha impuesto la evidencia. La oleada de refugiados es tan inmensa que no se puede ni parar ni ignorar. Ahora más que nunca, es necesario informar, pero sobre todo actuar. El cuerpo de un niño nos impide reconstruir el muro de la indiferencia.”
Uno de nuestros periódicos, colgó en la web el vídeo del debate en su redacción para poner o no la foto de Aylan. Una de las muchas razones esgrimidas para colocarnos la impactante fotografía, era que: “es un niño que podía ser hijo de cualquiera de nosotros porque no está disfrazado de alguna etnia rara, está totalmente occidentalizado”. ¿Es sólo porque parecía “a los nuestros” por lo que nos ha tocado el corazón? Todo tipo de catástrofe ya sea producida por la sinrazón del hombre o por la imprevisible fuerza devastadora de la naturaleza se lleva consigo también infinidad de vidas de niños. ¿Nos hemos olvidado que también se ahogaron la madre y el hermano de Aylan? Desde entonces, más de dos mil niños y niñas, han pedido asilo político en España, porque huyen de la guerra de Afganistán, Eritrea, Siria… No han sido admitidos.
No dejemos sólo a las instituciones que trabajen a nuestra costa y así apaguemos esta desazón producida por el impacto de una imagen símbolo. Tampoco exijamos a los demás que pongan a disposición sus bienes sin que nosotros hayamos entregado algo de lo nuestro. No nos instiguemos unos a otros para ver quien lo hace más y mejor. No permitamos que nadie utilice su solidaridad como propaganda a favor de su clan. Cada persona, cada institución, cada asociación, ponga con libertad aquello que está en sus manos y puede sostener. Creo que este es el camino. Porque es necesaria la unidad, no podemos hacer distingos, ni ideologías contrapuestas, ni baja política ante el sufrimiento humano. Es aún el momento de la solidaridad efectiva, de la compasión bien entendida y de la misericordia hecha dignidad. Quizás ya las palabras sobren.