En Al ritmo de los acontecimientos

A mí, personalmente, me descoloca la persona de María, la joven de Nazaret. Sabemos que era un pueblo pequeño y pobre, luego María también lo era. ¿Se habrá escrito de alguna mujer, en la historia de la humanidad, más que de María? Creo que no. Y tratándose de una persona que no fue ni emperatriz, ni reina, ni guerrillera, ni influyente… menos. Pero esta futura madre, tan solo comprometida con el joven José (no solemos pensar en la cruda y dura realidad de la situación), va a revolucionar la historia estando siempre al lado de su hijo. 

La cabeza me da vueltas ¿plenitud y pequeñez pueden ir de la mano? Solo podemos responder afirmativamente si comenzamos a comprender el plan de Dios para la humanidad. Y esta tarea supone mucha conversión. Si de nosotros dependiera asimilaríamos plenitud con grandeza, de hecho, no lo sabemos expresar de otra manera cuando estamos vistiendo de ricos brocados, de bordados de seda y finos (y caros) hilos de plata y oro, de coronas de piedras preciosas a las imágenes de esta humilde Señora, madre de Dios y madre nuestra. 

A nosotros nos tira la grandeza y la confundimos con plenitud. Y así nos va la vida, me refiero a la espiritual, que es el engranaje que unifica todo. Suelo asimilar el despojo o anonadamiento de Jesús, con el de María. El hijo tenía mucho rango, si, la madre, ninguno, era pobre y humilde, que también son dos realidades diferentes y las solemos identificar por arte de birlibirloque. Pero María se vacía para engendrar al Hijo, y también a la Iglesia (que no sé cual tiene más valor, con aquellos hombres pazguatos) pero estaban con ella y las mujeres. Así mucho mejor, bueno y el empujón del Espíritu Santo, no vamos a quitar protagonismo al que realmente lo tiene (y desde el principio).

Y ya sabemos, el que se humilla será ensalzado, dice Jesús (aunque esto no sea fácil de vivir). Sólo desde aquí se puede comprender un poco más el misterio de la Inmaculada concepción. Parece que madre e hijo llevan el mismo camino, (el descenso y la exaltación), quizás por eso nos hemos atrevido a llamarla Señora.  

Desnudez, escucha, acogida, oración, simplicidad, humildad, servicio callado, mirada contemplativa, entrega, silencio… y el seguimiento, como una discípula más, hacen de la pequeña joven María la mujer más grande y el modelo de salvación, para la humanidad, para aquellos que somos de su misma raza.  Sólo el sentir del pueblo necesitado pudo gritar: Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…

¡Animo y adelante!


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