En el Congreso de la Esperanza, que se ha desarrollado en Teruel durante el pasado fin de semana, hemos constatado hechos inquietantes. Ante nuestros ojos atónitos han desfilado las guerras y la violencia entre personas, la crisis ecológica, la sociedad de la imagen que devalúa el ser, la tendencia a consumirlo todo incluso las relaciones interpersonales, el individualismo galopante y la indiferencia que descarta a los más vulnerables, la política convertida en espectáculo, la prioridad absoluta de la economía, la tendencia a la uniformidad, la crisis de valores y de espiritualidad, la dificultad de la sociedad para descubrir alternativas a la situación actual, la experiencia de vacío existencial, la amenaza de los totalitarismos y de las filosofías que desprecian lo humano, la baja natalidad en Europa y la despoblación del mundo rural de nuestra provincia y de tantos otros territorios…
A pesar de todo, también nos hemos dado cuenta de que nuestro corazón no se conforma con lo que existe, pues experimentamos la veracidad de aquellas palabras del filósofo alemán, que decía: «La naturaleza humana es la negativa a aceptar el mundo, lo dado, lo fáctico, la realidad misma como algo ya terminado. Por eso el ser humano aparece como un ser que es capaz de desear lo imposible, porque existe una diferencia radical entre lo que es y lo que puede llegar a ser». Como cristianos que somos, estas palabras no expresan sólo un deseo; son una certeza arraigada en la muerte y resurrección de Cristo. Por eso, podemos anunciar con el papa Francisco: «No os dejéis robar la esperanza; la esperanza no defrauda; dejémonos atraer por la esperanza… y permitamos que a través de nosotros sea contagiosa para cuantos la desean».
En el Congreso se han subrayado actitudes que ayudan a avivar y compartir esperanza. Quisiera señalar algunas: abrir los ojos a los muchos gestos de ternura y compromiso de tantos hombres y mujeres excepcionales, que llevan adelante proyectos de solidaridad y sostienen a las personas frágiles; cuidar con empatía las relaciones con quienes nos rodean, haciendo un esfuerzo para nombrar más los logros –propios y ajenos– que los problemas; implicarse con paciencia en procesos de cambio –personal, familiar, eclesial y social– y fomentar el amor y el compromiso por el propio territorio; favorecer espacios de encuentro para reflexionar quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde vamos y, en una palabra, cultivar la espiritualidad que nos ayude a afrontar serena, compasiva y comprometidamente la realidad con sus luces y sombras. En la página web congresodelaesperanza.es podréis encontrar los vídeos de las principales aportaciones.
Queridos amigos y amigas, la esperanza es un don de Dios que hemos de acoger, una actitud que hemos de cultivar, un compromiso por el que debemos apostar en cada decisión. Recibid un saludo muy cordial en el Señor.