Mientras nos recuperamos del dolor por la muerte del papa Francisco y crece nuestra gratitud por su vida y ministerio, quisiera recordar algunas de sus “manías”.
Un rasgo significativo de su pontificado ha sido su empeño para que todos los hombres y mujeres, “cada uno con su vida a cuestas”, pudieran encontrarse en la Iglesia como en su casa y no como ante una aduana, en la que debían exhibir sus méritos para traspasar la puerta. ¡Cuántas veces repitió “todos, todos, todos”! y confirmó este deseo con decisiones y gestos, como la convocatoria del Sínodo sobre la sinodalidad, el nombramiento de mujeres para cargos de responsabilidad en la Iglesia y la posibilidad de bendecir a parejas en situaciones irregulares. Esta “manía” del papa Francisco encontró el mismo rechazo que sufrió Jesús hace 2000 años, de quienes, teniéndose por justos, despreciaban a los demás (Lc 18).
Otra “manía” de Francisco han sido los pobres, especialmente los que se ven obligados a salir de su tierra para huir del hambre o de la guerra. Su solidaridad con estas personas ha sido una constante desde su primer viaje a Lampedusa hasta su reciente carta a los obispos de los Estados Unidos, condenando cualquier medida que identifique la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad. Esta “manía” ha estado presente en sus palabras y actitudes, a pesar de la incomodidad manifestada por algunos. No hacía otra cosa que seguir la estela del Maestro de Nazaret, cuando puso como ejemplo a personas consideradas extranjeras: alabó la fe de una mujer cananea (Mt 15) y la solidaridad del samaritano que se compadeció de un moribundo tirado al borde del camino (Lc 10); y advirtió que serían bienaventurados quienes lo hospedaron siendo forastero (Mt 25).
También señalo su “manía” por la normalidad. Renunció a los zapatos rojos, tradicionalmente usados por sus predecesores, y se atrevió a vestir el poncho con el que apareció hace pocos días en la basílica de San Pedro. Siempre que pudo “pasó como uno de tantos” (Fil 2) y la gente lo percibía. Recuerdo a una mujer romana que me dijo: «Me gusta este Papa porque dice “buenos días” cuando saluda y “buen provecho” al terminar de rezar el “Ángelus”. Es una persona como nosotros». En efecto, utilizaba un lenguaje coloquial, comprensible por todos, se manifestaba con naturalidad y espontaneidad, corriendo el riesgo de ser poco preciso o de cometer algún error, de los que pedía perdón.
Por último, me ha impresionado su “manía” por el buen humor y la esperanza, especialmente en este Año Jubilar. Muchas veces, después de tratar temas delicados, añadía con su acento porteño: «no perdás el sentido del humor». En su buen humor y su esperanza se pone de manifiesto el hombre de profunda fe, que percibía, en medio de las tormentas, el amor y la acción de Dios en su corazón, en la vida de la Iglesia y en las entrañas del mundo (Mt 28).
¡Benditas las “manías” de Francisco, que nos acercan al Evangelio de Jesucristo y a los hombres y mujeres de hoy!