In Carta desde la fe, Obispo de Teruel y Albarracín

 

Al finalizar el curso, es normal sentir el peso del cansancio, resultado del esfuerzo, las dificultades, los fracasos… Son experiencias humanas que forman parte del camino, pero no deben empañar la alegría por el trabajo realizado. Por eso, os invito a recordar una verdad que sostiene y renueva nuestro ánimo: servir no sólo es una carga o una obligación; servir es ante todo un privilegio, un regalo que debemos acoger con gratitud.

El papa Benedicto XVI, en la encíclica Deus Caritas est, expuso esta verdad con admirable hondura: «Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia. Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá… que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don» (DCE 35).

Y la poeta Gabriela Mistral explicó con gran belleza que el servicio da sentido a nuestra vida y nos asemeja a Dios: «No caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: ordenar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña. Aquel critica, éste es el que destruye, tú sé el que sirve. El servir no es faena de seres inferiores. Dios que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamarse así: “El que Sirve”. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién?».

Estas consideraciones nos invitan a ver el servicio desde una nueva perspectiva. No se trata de trabajar porque nos sentimos superiores o esperando ser reconocidos, sino porque hemos sido llamados por Dios y, en su amor, nos ha confiado una misión; servimos porque Él nos ha regalado el don de poder hacerlo, por nuestro bien y por el de quienes nos rodean. Así hacemos presente el amor de Dios en nuestro mundo y colaboramos en la construcción de su Reino.

Por eso, al terminar el curso, agradezcamos la oportunidad de servir que Dios nos concede a todas las personas, cualquiera que sea nuestra edad, a quienes tienen autoridad y a la ciudadanía de a pie, a los sacerdotes y a todos los fieles. Demos gracias a Dios por el encuentro con las personas con las que compartimos misión, por los frutos visibles y también por los que no alcanzamos a ver. Finalmente, agradezcamos la entrega silenciosa de tantas personas que han servido y sirven a nuestro lado, en la familia y la parroquia, en el pueblo y la ciudad, en el puesto de trabajo y en las periferias donde tanta gente sufre.

Ojalá podáis descansar este verano, queridos hermanos y hermanas de la Diócesis de Teruel y Albarracín, y experimentéis, también en vacaciones, la alegría de servir como Jesús y con Jesús.

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