Ahora que hemos pasado en Teruel las maravillosas fiestas de las bodas de Isabel de Segura, en la que casi todo un pueblo se viste de medieval y hace honor a su historia, a sus familias y a sus oficios y hasta los niños juegan a caballeros con espadas de madera…
Ahora que he entrado por jaimas de templarios y beguinas, de familias y artesanos y paseado por antiguos mercados cargados de sabrosos productos y viejas mixturas de la abuela… Ahora que he disfrutado tanto con mis amigos de esta puesta en escena, y en valor, de la historia y la leyenda, por pequeña que sea, así como la desbordante participación ciudadana, familiar y festiva, como nunca había visto… Ahora quiero hacer una reflexión de lo que muchas veces entre los jóvenes y bastanteas adultos me ha preocupado y tiene poco que ver con estas fiestas.
La seducción por lo desconocido y su interpretación parece que acampa en las sociedades en crisis o en proceso de demolición. Enjambre de autores escriben desbordantes de fantasía sobre los templarios, los signos ocultos en las catedrales, las sociedades secretas, las guías mágicas, los celtas, los evangelios apócrifos, las apariciones, el santo grial, las psicofonías del terror y un largo etcétera.
Soñamos con el pasado perdido en los recónditos pliegues de la historia y por medio de publicaciones, emisiones radiofónicas o televisadas interpretamos con una especie de rigor académico y científico ante lo que desconocemos, empapándonos de deteriorados datos del pasado y desdeñando los problemas del presente, y volvemos a los oscuros tiempos de la caída de los imperios y la lenta construcción de no sabemos qué.
Si unos menores violaron a una niña con incapacidad de 13 años, si sigue habiendo maltratos psíquicos y físicos, si mucha gente nada entre la miseria y el sinsentido, si preferimos que nuestros hijos no nazcan o damos un fácil pasaporte a nuestros ancianos… es que algo está pasando en nuestra sociedad y no nos queremos dar cuenta que las emociones y las pasiones ocupan el primer puesto en nuestra escala de valores y la razonabilidad se va perdiendo entre las arrugas de nuestras vísceras, no sabiendo distinguir ya entre el bien y el mal.
Y es que las múltiples ideologías esotéricas son un señuelo que nos sumerge en una desestructurada e infinita red de posibilidades que nos hace creer que somos más libres ante las impositivas normas de la institución que sea. Preferimos caer en las manos de un gurú, o de un vidente, que en las de un sacerdote o un psicólogo. Preferimos dejar las decisiones de nuestra vida al azar de unas cartas que tomar al toro por los cuernos. Ciertamente parece la búsqueda desesperada de una salida fácil y afectiva a los problemas.
Sin darnos cuenta nos vamos empapando de mensajes entremezclados y bien seleccionados de cualquier tradición religiosa, meditaciones etéreas, grupos sin referencias ni normas, ceremonias sin ritos, sólo el que nos inventemos… haciéndonos creer que somos más tolerantes o más pacíficos cuando en realidad estamos intentando no asfixiarnos en el marasmo de la realidad que nos ahoga.
Esta ideología de los videntes y talismanes, de la meditación sin objeto y la espiritualidad sin Dios, va calando poco a poco, incluso entre los cristianos, arrastrándonos a una mentalidad pasiva, en lugar de la efectiva y comprometida a la que nos invita continuamente el seguimiento de Cristo.
En el mundo de hoy hay muchos jóvenes y no pocos adultos –influenciados por los medios– que consideran al cristiano, triste, trasnochado y sin pensamiento moderno. En cambio ellos creen tener un pensamiento autónomo y un espíritu libre [desconociendo que nada hay nuevo bajo el sol] El Evangelio es el mejor código de libertad que existe, que hace temblar incluso a los que creemos en él, pues la aventura del seguimiento de Cristo no tiene límites, más que el que nosotros la queramos poner.
¡Ánimo y Adelante!
+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín