Renunciar para vivir

13/07/2025 – Teruel

En las redes sociales abundan frases como: “Estamos aquí para ser felices”, “Disfruta la vida al máximo”, “Solo se vive una vez”. Y es cierto que en todas ellas hay una parte de verdad. Pero los mártires, como nuestra patrona Santa Emerenciana, nos recuerdan con su testimonio que existe otra dimensión más profunda de la verdad: la vida cobra sentido cuando somos capaces de entregarnos, de sacrificarnos por los demás, por bienes más altos, por la verdad, por la justicia, por Dios. En el contexto social actual, quiero proponer tres renuncias que, lejos de empobrecernos, nos enriquecen personal y comunitariamente.

1. Renunciar a la mentira

Vivimos en una época en la que la verdad parece haber perdido valor. La mentira se disfraza de opinión, se viraliza en redes, se normaliza en discursos públicos. La llamada “post-verdad” no es otra cosa que la exaltación de la conveniencia sobre la honestidad. Y esto, hermanas y hermanos, es un veneno para la convivencia, la justicia y la paz.

Acojamos la exhortación de San Pablo: “Desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo” (Ef 4,25). Renunciemos a participar en ese chapapote social donde la falsedad no solo no se castiga, sino que a menudo se premia. Elijamos la transparencia, aunque duela; la coherencia, aunque cueste. Es cierto que nunca conoceremos toda la verdad, pero estamos llamados a buscarla y respetarla.

2. Renunciar a la superficialidad

Aturdidos por la prisa, por estímulos constantes y por destellos que brillan pero no iluminan, necesitamos recuperar el silencio, la reflexión y la contemplación. Antes de decidir, opinar o compartir un mensaje en redes sociales, detengámonos para escuchar y pensar. Así podremos buscar la verdad y contribuir a construir fraternidad.

Renunciar a la superficialidad exige apagar las pantallas, hacer una pausa en la productividad y abrazar el silencio, al menos unos minutos cada día. Solo así podremos preguntarnos no solo qué hacemos, sino también por qué y para qué lo hacemos; y redescubriremos la belleza de lo sencillo, la riqueza de lo interior, la fuerza de lo espiritual.

3. Renunciar a un desarrollo económico ilimitado

Finalmente, estamos llamados, sobre todo quienes vivimos en el primer mundo, a renunciar a un crecimiento económico sin límites. Porque el planeta sí tiene límites, nuestros hermanos más pobres no pueden esperar y las futuras generaciones tienen derecho a heredar un mundo habitable.

Renunciar a un desarrollo ilimitado es optar por un desarrollo humano, integral y solidario, y poner la economía al servicio de la vida, y no la vida al servicio de la economía. Es vivir sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir. Es vivir con sobriedad, no por obligación, sino por amor.

Queridos hermanos y hermanas, estas tres renuncias —a la mentira, a la superficialidad y al crecimiento sin medida— no son pérdidas, sino caminos de libertad y de fraternidad que nos conducen a Dios.

 

 

 

 

+ José Antonio Satué Huerto
Obispo de Teruel y Albarracín

Estas tres renuncias —a la mentira, a la superficialidad y al crecimiento sin medida— no son pérdidas, sino caminos de libertad y de fraternidad que nos conducen a Dios

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