Los escenarios de Eurovisión de estos últimos años han estado diseñados a base de “imágenes místicas” (bosques, montañas, árboles, mandalas…), “viento y fuego”. Y preguntando a unos jóvenes que les sugería las palabras viento y fuego, así, a bote pronto, recibí estas respuestas: que el viento era libertad, frescor, viajes, fuerza… y el fuego, pasión, purificación, hogar…
Debíamos de aprender de las páginas del Evangelio que explican las verdades más profundas con palabras muy sencillas, con gestos universales cargados de ternura y símbolos comprensibles para todas las culturas, todas las edades y todos los tiempos. El domingo pasado celebramos la venida del Espíritu Santo. Y ya me diréis, si no, la revolución que supuso Pentecostés al interior de aquellos apóstoles y al exterior de aquellas gentes venidas de todos los rincones de la tierra. Y todo este misterio Lucas lo expresa con cuatro pinceladas: unidos en oración, la irrupción de un viento que llenó toda la casa, como unas lenguas de fuego que se dividían y se posaban sobre sus cabezas y que al comunicarse les entendía todas las gentes, fuesen de donde fuesen. Y ya está. Bueno no del todo, pues el Espíritu irrumpe a pesar de tener las puertas cerradas.
Comencemos por el final. Una sola Lengua. Después del desastre de querer llegar a la altura de Dios, por sus propias fuerzas, la humanidad se sumió en la confusión de las palabras (casi como ahora) y nadie se podía ya entender. Aún hoy nos preguntamos en qué lenguaje nos podremos comunicar en esta “Babel” que vivimos. Sólo hay uno, el “esperanto” del AMOR. Amor las comprendemos todos, seamos de la tribu que seamos, tengamos la edad que tengamos. Pues eso, que los discípulos de Cristo y también las gentes de buena voluntad debemos hablar el idioma del amor.
El Fuego es otro de los iconos que representan al Espíritu. “¡Mirad como se aman!” esta y no otra fue la fuerza de arrastre y atracción de los primeros cristianos, a pesar de muchas dificultades. El descubrimiento de Cristo hace exclamar a los discípulos de Emaús: “no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba…”. El Amor es el único fuego que sale del Corazón de Cristo. Introducirnos en la intención de Cristo, es decir, en los deseos de su corazón, es la misión de todo cristiano… ¡Estar en la intención de Cristo!
Y el Viento. Esta última imagen nos sugiere empuje, fuerza, movilidad… A impulsos del amor interior partieron los primeros cristianos por los cuatro puntos cardinales, libres como el viento, sin nada que llevar, una alforja y un par de sandalias, la mayoría de las veces al hombro para no estropearlas. Eran testigos, mensajeros, estaban llenos de Amor.
Y el amor se expande o se muere, porque, o es relación o no es nada. En el Evangelio, Jesús anuda nuestra relación con Dios a nuestra relación con los hermanos: «Amaos unos a otros como yo os he amado» y nosotros sabemos, porque conocemos la Última Cena de memoria, que está íntimamente unido a la actitud de servicio, el gesto del lavatorio de los pies y al gesto de partir el pan, es decir a la entrega de la vida. No sé, pero me da la sensación que el Señor pudo haber dicho: «Si no servís a vuestros hermanos no pretendáis que os ame». También sonaría muy duro sobre todo por la necesidad que tenemos que Dios nos ame.
Si nos amamos, si nos servimos, cuando nos vean todos entenderán este lenguaje y poco a poco se irá agrandando el corazón de Dios, se abrirán las puertas cerradas de nuestro corazón y, os lo aseguro, seremos más felices.
De verdad, cuánto necesitamos revivir Pentecostés en nuestras vidas, en nuestra iglesia, en nuestra sociedad. Y mientras, en Eurovisión, seguirán luchando y enfrentándose con canciones. Menos mal.
¡Ánimo y Adelante!
+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín