En Al ritmo de los acontecimientos

Mi amigo me escribe desde una universidad extranjera invitándome a leer un artículo de un periódico de tirada nacional que utiliza un texto bíblico para manifestar que los ateos son más generosos que las personas religiosas. Curioso, me dije al comenzar su lectura. Comentaba el periodista un estudio de un neurocientífico y psicólogo de la Universidad de Chicago. El artículo no tiene desperdicio y comencé a sentirme mal, pues en una entradilla se aseguraba que las personas cuanto menos creyentes, más inteligentes. Y rápidamente hice la cuenta de la vieja, o de una manera más culta y de lógica aristotélica, un silogismo en bárbara: “pues yo que me siento creyente, ergo… tonto del capirote”.

Siendo respetuoso con los estudios científicos, a veces siento que cuando se hacen contra alguien, como algunas encuestas, pueden estar manipulados intencionadamente (claro, toda manipulación es intencionada). Todos sabemos de los estudios que se han hecho para hacerte comprar una licuadora, y también de los que te prohibían comer sardinas. Insano era el pescado azul hace unos años, tanto como las carnes rojas hace unos días o comer un kilo de perejil en cualquier momento.

Pero volviendo al artículo, el mismo periodista manifestaba que se han sorprendido al descubrir que existe una correlación inversa entre el altruismo y la educación en valores identificados con la fe (esto también tiene miga). Es decir, que cuanto más creyentes más egoístas e insolidarios somos.  Y aunque hablaba de un estudio hecho a niños de 5 a 12 años, en seis países diferentes y de religiones diferentes, al ir concretando el artículo, finalmente habla de la parroquia (que sólo es católica): “si ya cubro el cupo de generosidad en mi parroquia, eso me exime de tener que ser altruistas con desconocidos”.

De verdad que he quedado preocupado y dolido. Primero, porque estoy convencido que una de las aportaciones más valiosas de la fe cristiana al hombre de hoy es, posiblemente, la de ayudarle a vivir con un sentido más humano y más trascendente en medio de una sociedad enferma de neurosis y posesión. Y pienso que, en las catequesis y grupos parroquiales, al contrario de la influencia de la sociedad capitalista y consumista, se enseña a niños, jóvenes y mayores más en el ser que en el poseer. Porque es una equivocación atender con objetos, o con la posesión de las personas, la demanda de afecto, ternura y amistad. Por eso nos proponemos el servicio desinteresado, la amistad generosa y el sentido gratuito de la vida.

Segundo, porque la grandeza de una vida se mide, en último término, no por la capacidad intelectual, (hay siete clases de inteligencia, según Thomas Armstrong) ni por los conocimientos eruditos que uno tenga, ni por todos los bienes que hemos conseguido acumular durante toda la vida (y cuidado que nos gusta almacenar), y mucho menos, por el poder que ostentes, sino por la capacidad que tenemos de amar, servir, perdonar…

Conozco muchas parroquias, y mucha gente en ellas: sencilla y culta, pobre y con buena economía, muy rezadores y lo suficiente, simpáticos y ariscos… personas que a cualquier llamada responden, ya sea para Caritas, para Manos Unidas, para un terremoto o un tsunami, para los refugiados o los emigrantes… además de para otras ONG que no pertenecen a la Iglesia. Siempre aportan sin mirar a quien, ni de que religión son, ni de que raza o etnia estamos hablando. Y no como dice el artículo apoyándose en otro estudio: “como han estructurado su altruismo en la parroquia, no se sienten obligados a dar un donativo a un mendigo en la calle que les pide dinero de forma espontánea”.  No es por eso, señor profesor de Illinois, es porque, aunque no formen parte de la élite de los más inteligentes, prefieren que el dinero que ganan con el sudor de su frente se utilice de una manera razonable o no caiga en las redes de una mafia.

Ya lo he dicho antes, aunque el artículo me ha dolido, a parte de las intenciones de los que lo publican, me ha hecho pensar en cómo los creyentes leemos y vivimos el Evangelio, en cuál es nuestra capacidad diaria de conversión, en porqué no somos todo lo bueno que debíamos… Aun así, desde siempre, sé que para el mundo pertenezco al reino de los tontos, gracias a Dios.

¡Feliz Verano!

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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