Hoy me ha pillado el toro. No es difícil que me vea sorprendido por el trabajo que debo entregar. Todos los días nos acechan con sus idas y venidas y al final parece que no hacemos nada… nada que valga la pena. Y además nos sentimos agobiados por el transcurrir de los minutos, esclavizados por los dígitos del reloj y los garabatos de la agenda.
El otro día, después de una de estas jornadas ajetreadas, conversaba con un amigo, cobijados en el regazo de la noche. En ese espacio de misterio en el que el corazón abre sus puertas, de par en par, sin miedo a mostrar su desnudez. Quizás, es simplemente la necesidad de contar con alguien que te escuche en la oscura soledad de una noche sin estrellas.
En esos momentos se habla de todo, pero al final brota lo esencial, dejando a un lado el picoteo superficial de lo cotidiano, eso que hacemos todos los días y no nos satisface, a pesar que nos llena o atiborra el tiempo. Bueno, fue una conversación serena, fue como dar la vuelta al tapiz de la vida, descubriendo y analizando los nudos y tramas que la soportan.
La profundidad del diálogo nos llevó a fondear en la libertad que siempre deseamos vivir… Pero pronto descubrimos que nuestra libertad estaba delimitada por la obediencia obligada, o en el mejor de los casos, simplemente aceptada, porque si no, no es obediencia, nos dijimos convencidos.
En el fondo, la libertad, no es más que el reino soñado, inalcanzable, asfixiado por las murallas de los condicionamientos que le circundan. Un paraíso prisionero del peso de su mismo centro, imposible… para esta pequeña humanidad. Estamos rodeados de personas, palabras, gestos y acontecimientos –decíamos– que nos van doblegando, sobre todo si el afecto (o el miedo) nos impiden decir “no”. Muchas veces no es más que el estremecimiento que te produce sólo el pensar que te quedas en la intemperie, temblando ante la carencia de asideros o de amigos.
Eso sí, ¡gracias a Dios!, existen algunos valientes, espíritus libres, los que poseen todo, porque no desean nada. Esos pocos, que han hecho de su vida un sendero de búsqueda constante, sin cobijo, sin una meta concreta, sólo con el horizonte despejado y el sol, arrojando toda su luz contra la cara. ¡Tanta luz para no ver!, se dijo. ¡Tanta oscuridad iluminada!, me dije. Peregrinos, pasajeros silenciosos, que ni siquiera se aferran a este instante, que es la vida; pasando por ella con la soltura del que va de camino y nada ni nadie le frena. ¿Será esta la dirección hacia la libertad? La verdad es que los espíritus libres caminan en el filo de la navaja, entre el gozoso deseo de libertad y el vértigo que produce el vacío. Al final nos asustaba la posibilidad de que la obediencia pudiera ser tan sólo una mera justificación del miedo… y nuestro silencio recreó la paz interior.
Nos movíamos en la suavidad del vuelo sin motor, sobre las nubes que producen los sentimientos de un diálogo íntimo y sosegado, después de un día en que, sin saber mucho por qué, nos sentíamos esclavizados por los acontecimientos.
¡Ánimo y Adelante!
+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín