En Al ritmo de los acontecimientos


Comienza el curso y estos 8 meses entre vosotros han sido fecundos. El otro día, cuando vine de Roma, del curso para los nuevos obispos, después de 12 días fuera, al llegar a la plaza, frente al obispado, me surgió de dentro este pensamiento: “Al fin en casa” y en un segundo pensé, ¡esto va bien! Estoy satisfecho porque comienzo ya a distinguir vuestros rostros; porque ya he visitado muchas poblaciones y se ir a ellas sin GPS, porque esta tierra y estas gentes comienzan a formar parte de mi persona, de mi vida.

Creedme que no he parado, he hablado con todos los que me lo habéis pedido; he atendido a las fundaciones y asociaciones; me he encontrado con casi todas las comunidades de religiosas y religiosos; he dialogado con las autoridades civiles y militares; he paseado por las calles (además de procesionar en ellas); he visitado muchas iglesias (me ha impresionado la barbarie y desolación de las arrasadas en la Guerra Civil); he hablado y animado a jóvenes; he dialogado con chavales de bachiller de un instituto y niños y adolescentes de tres colegios de la Iglesia; a las fiestas y celebraciones que me habéis llamado allí he estado; he participado de las peregrinaciones a Roma y Asís con 40 jóvenes y a Fátima con 55 adultos; he recibido a personas que me quería conocer o venían también a quejarse; he celebrado las exequias de dos sacerdotes y hecho todas las confirmaciones (casi 300 jóvenes); he ordenado a un sacerdote y a dos diáconos que la próxima semana serán sacerdotes; he escrito semanalmente “al ritmo de los acontecimientos” (aunque sé que propiamente no es lo que se entiende por un escrito pastoral), me han hecho varias entrevistas para la prensa, la radio y la televisión;… he hecho lo que debía hacer, pero aun así ¡quedan tantas cosas! Tengo que decir que me he sentido acogido por vosotros en el sentido más hermoso de la palabra. Gracias de corazón. Os dije que venía a entregaros mi vida y llamadme la atención si veis que no lo hago.

Después de haber hablado con muchos de vosotros y de visitar a esta tierra y a las personas que la habitan, volvió a mi corazón esa queja lastimera de qué pocos vamos quedando y que será de esta diócesis en pocos años. Dentro de 4 años quedaremos tan solo 27 sacerdotes menores de 75 años, si Dios no nos llama a alguno antes.

La palabra de muchos es desolación: ¿estamos ante una mujer –esta diócesis– que sucesivamente es soltera, estéril, abandonada y viuda? Así escenifica el final del segundo Isaías al pueblo de Israel. Leed los capítulos 54, 55 y 56 de Isaías, y pensemos en nuestra Iglesia de Teruel y Albarracín, nos vendrá bien, pues necesitamos el espíritu de esperanza del profeta ¡es hora de soñar para actuar!, es hora de creer en las promesas que la tozuda realidad nos hace olvidar. De desescombrar las ruinas para surja la vegetación y la vida.  ¿Cómo se sentiría la primera iglesia destrozada y martirizada por las persecuciones? ¿Qué les animo a seguir adelante ante tanta muerte y desolación? La fe en Aquel que siempre vence.

Por eso cuando la sociedad de Israel estaba sin esperanza, cuando el análisis de la realidad mostraba obstinadamente la mortecina caducidad de todo un pueblo y de su historia, cuando la gente aguantaba el tirón pensando solo en raquítico, va y dice el Señor por medio del profeta:

Ensancha el espacio de tu tienda,
despliega sin reparo tus lonas,
alarga tus cuerdas, afianza tus clavijas,
pues vas a extenderte a un lado y a otro
tus hijos heredaran naciones y
repoblarán ciudades desiertas.  Is 54,2-3

¡Creamos para mantenernos en la esperanza!

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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