En Al ritmo de los acontecimientos


Acabamos de salir de la Asamblea de la Conferencia Episcopal. ¡Cuántas palabras! Pero las palabras son como vasijas que encierran una gran riqueza de contenidos. Si nos preguntamos qué se esconde tras la palabra “amor” tendríamos infinidad de respuestas, y seguramente que cada uno pondríamos los calificativos que van de acuerdo con la experiencia que hemos vivido.

Lo mismo pasa con la palabra “Iglesia”. Si saliésemos con nuestro micrófono por la calle y preguntásemos a las personas que se cruzan en nuestra vida, nos darían infinidad de respuestas: es una estructura de poder como otras; está presente en los lugares más pobres; es una vergüenza que acumule tanta riqueza; defiende la concordia y la paz entre los pueblos; está desfasada y anclada en el pasado; me ayuda a ser mejor y a servir a los demás; nos oculta la verdadera historia de Jesús; pocas sociedades saben pedir perdón como ella; yo no practico, pero pertenezco a una  cofradía; me cuestionan los creyentes serviciales y callados; es una traba para la historia; a mí me gustaba más el Papa anterior; allí donde hay una necesidad surge un santo… Quizás su respuesta no esté en esta miscelánea, pero le aseguro que son reales, aunque podríamos añadir a ellas un largo etcétera.

Porque algunos, cuando dicen Iglesia, tan sólo se refieren a un aspecto, a ciertas personas, o a algún suceso histórico: los curas y las monjas, el Vaticano y la jerarquía, la Misa y las devociones, los escándalos sexuales, la moral y los dogmas, las cofradías y algunos grupos cristianos, la oración y los sacramentos, las guerras de religión o la inquisición, los santos… y se obcecan en mantener tan sólo la cara más negativa del prisma rechazando la riqueza de todas las demás. Quizás es porque nos estamos acostumbrando a que “la noticia” en nuestros medios esté cargada casi siempre de tintes negativos.

Pero ordenemos este puzle de cinco piezas.

Primero, la Iglesia somos las personas. Los más numerosos son los laicos (laos: pueblo), bautizados practicantes y no practicantes, seguidamente los religiosos y religiosas (religio: vincular, unir de nuevo) ya sean de vida activa o contemplativa, los presbíteros(ancianos), los diáconos (servidor), y el obispo (episkopos: pastor, vigilante) con la tarea fundamental de mantener la unidad entre todos.

Segundo, las personas nos agrupamos en comunidades: la parroquia (paroikos: vecino, también casa de todos), la diócesis (dioikêsis, administración), los movimientos, grupos diocesanos, órdenes y asociaciones religiosas, la asamblea de los domingos, la Iglesia Católica, las Iglesias hermanas: ortodoxos, protestantes…  Todos somos un único cuerpo: CRISTO.

Tercero, las personas y las comunidades compartimos una misma fe, incluso si tenemos sensibilidades diferentes. Todos nos referimos a los mismos documentos, que nos dan unidad: la Biblia, el Credo, los Dogmas (dogma: decisión) definidos en los Concilios, el Catecismo (kata êhêo: hacer resonar), la teología…

Cuarto, las celebraciones que son la manifestación comunitaria de nuestra fe, esperanza y amor. Nunca están separadas de la vida, al contrario, van ceñidas a ella y expresan la existencia del creyente en su unión con Dios y su plan de salvación para la humanidad. Celebramos los Sacramentos y otras ceremonias: funerales, procesiones, oraciones (individuales y comunitarias), devociones… La celebración más importante del cristiano es la Vigilia Pascual: ¡Cristo ha resucitado! Es el fundamento de nuestra fe y el origen de las demás celebraciones.

Y quinto, las obras. Nosotros vemos que los cristianos actuamos en la vida privada y en la pública. Observamos también que cada uno manifiesta una cierta tendencia al vivir el seguimiento de Jesús en lo cotidiano: les vemos orar, participar en los sacramentos, implicados en acciones de justicia y de caridad, participando en grupos de liturgia, catequesis y movimientos, en voluntariados de servicio a los más desfavorecidos, en presencias calladas con enfermos y excluidos, en países de misión jugándose la vida… en definitiva anunciando la Buena Noticia, el Evangelio del Señor Resucitado.

Está claro que la fe no es ni ha sido una aventura individualista, pues estamos convencidos que nadie se salva solo, somos comunidad de hermanos, que escucha la Palabra de Dios y la enseñanza de los apóstoles, testigos de la muerte y resurrección de Señor, sin este testimonio ininterrumpido no habría Iglesia.

Las tormentas por las que ha cruzado la nave de la Iglesia, son y serán muchas. Algunas con graves desperfectos.  Pero siempre han surgido multitud de santos que han sabido reparar con su tarea la quilla dañada de esta barca. Curiosamente, el libro de los Hechos, termina con un naufragio. Los marinos querían huir de la nave, pero Pablo alertó a todos, si estos no se quedan no podréis salvaros vosotros.

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

Teclea lo que quieres buscar y pulsa Enter