In Al ritmo de los acontecimientos


Desde el año 1975 cualquier cadena de producción que se preciase tenía en sus supermercados y grandes almacenes unas marcas genéricas o propias. En un principio se llamó “producto libre”, pero como los  primeros envases de estos artículos eran blancos, y bastante asépticos, se comenzaron a denominar “marcas blancas”. De este modo, el consumidor comenzaba a aceptar productos impersonales sin casi implicación emocional. Y es que muchos, habían puesto su confianza durante mucho tiempo en un producto, con el que de alguna manera se identificaba, pero la perdieron ante el eslogan: “igual de bueno pero más barato”, y ante el bolsillo.

Y aquí ya entramos en el meollo: la mercadotecnia o marketing.  En el fondo no es más que una estrategia “del negocio hacia el cliente”. En tres líneas se puede contener su filosofía: en primer lugar, identifiquemos las necesidades y deseos de los consumidores, después, adaptémonos a lo que nos piden y finalmente, démosles la mayor satisfacción de la manera más eficiente y con menos costos y así alcanzar mayores beneficios. Para ello siempre tienen que hacer creer al consumidor que su oferta es la mejor, incluso comparándolas con otras, convenciéndole de su “valor superior” para así desplazar las marcas auténticas. Pues esto, que según uno de los padres del marketing,Philip Kotler, es un “proceso social y administrativo” nos pasa también con las Navidades Blancas, y no precisamente por la nieve.

De unos años a esta parte, muchos de nuestros gobernantes –no todos, claro– están empeñados en deslegitimar las expresiones religiosas, de su pueblo o ciudad, buscando marcas blancas, sin etiqueta y asépticas con el prurito de “estar con todos” y ya se sabe que el que está con todos no está con nadie.  Una de las maneras más sutiles de despojarlas de su “marca” fue invertir el carácter religioso por el turístico, de tal manera que lo que era una expresión de fe, pasó a convertirse en el desfile de un museo de escultura religiosa al aire libre o, en el peor de los casos, en una feria de toma y daca,  donde  todo el mundo se suma al carro para ganar o no perder el marchamo de nacional o internacional de la fiesta. Vamos, algo así como lo de  las estrellas Michelin.  Y lo que era original y exclusivo, pasa a ser marca blanca, después sucedáneo, para finalmente, ser un fraude con todas las letras y consecuencias. Y aquellos que participan de las manifestaciones religiosas, tengan o no fe en ello, dicen que lo hacen porque forma parte de la cultura de su pueblo.  Y es que todo es marketing, todos son procesos sociales y administrativos, donde el interés económico prima sobre el de los sentimientos más profundos, los religiosos.

Y la Navidad, la celebración del nacimiento de Jesucristo, una de las más populares celebraciones cristianas y de las fiestas más reconocidas a nivel mundial, está quedándose en una caricatura de la que fue una de las más grandes tradiciones durante tantos siglos. Y no podemos exclusivamente echar las culpas a nuestros políticos, sino también a la incapacidad irresponsable de los que nos creemos cristianos. ¡Bienvenidas las fiestas del solsticio de invierno!  Por cierto, en el hemisferio sur comienzan ahora el solsticio de verano. ¡Qué jaleo!

En un mundo multicultural el respeto a todos es el mejor camino, pero no despreciando o desechando las propias raíces, sino dándolas más sentido. Porque no sé si todos llegamos a darnos cuenta, pero las palabras y los símbolos o expresan una realidad vital o son garabatos vacíos de contenido. Y el vacío siempre desemboca en el descalabro de una cultura y en el enfrentamiento entre las personas.

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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