En Al ritmo de los acontecimientos

A todos nos resulta más fácil y agradable estar cerca de las personas ricas e influyentes, de las cultas y las poderosas, mucho más que sentarnos al lado o estar cerca de los que son más humildes, o quizás rechazados por los demás. En cambio la Navidad, la contemplada con la sencillez de los ojos de los niños, no la del consumo y el jolgorio, nos dice que Dios prefiere lo más pobre, lo más pequeño, lo más humilde.

Los pobres aparecen siempre como los perdedores en la historia de la humanidad y san Pablo, les defiende a partir del misterio de Cristo y dentro de la comunidad cristiana. Y además, nos ofrece una antropología del pobre al que debe encaminarse la comunidad que celebra la Eucaristía. No se sitúa en el terreno de la generosidad, sino que piensa y actúa desde el misterio de Cristo. El Vaticano II también nos recuerda que la Iglesia reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente. (LG 8)

Pero tenemos que tener criterios de discernimiento claros. Con la Teología de la Liberación, surgió de nuevo el grito de los “pobres del mundo”, pero interpretaciones intencionadas, pusieron en el centro al pobre y la pobreza. La pobreza en sí misma no representa ningún ideal, sólo si es elegida. El único ideal cristiano es el amor, porque la esencia de nuestro Dios es amor: CARITAS. Un amor encarnado en el Niño de Belén y en todos los que siguen sus huellas y su estilo de vida. Es decir que no hay liberación verdadera si no hay Salvación y esta sólo depende que nos dejemos sumergir en la voluntad de Dios. Hace unos años decía un periódico de Melbourne: “El amor tiene el nombre de una religiosa menuda, humilde y serena de Calcuta, que dice que su primera tarea es servir a Dios y su amor por los hombres se basa en la imagen de Cristo que descubre en cada uno de ellos y que constituye una manifestación de su amor a Dios”. El centro es siempre Dios, el Reinado del Amor de Dios, que para no llevarnos a equívocos, y abajarnos de espiritualismos raros nos pregunta siempre: ¿dónde está tu hermano?
Uno de los grandes de la literatura francesa, hoy un escritor de culto, Christian Bobin (1951), tiene un breve, pero magnífico libro titulado “Le Très-Bas” (1992). Y de la mano del Pobre de Asís, este autor de prosa poética nos lleva de la mano, entre susurros y miradas contemplativas, a reconocer en  “El bajísimo” al verdadero Dios, el del amor, el de los que se sienten como niños, el de los pobres, el de aquellos que han puesto su confianza en él. Frente al Altísimo de la religión del Antiguo Testamento, severo y celoso de su poder. Y reafirma con una suavidad reconfortantes que santidad y alegría son sinónimos, que la belleza viene del amor y amor viene de la atención al otro (como el buen samaritano).

Es importante esta pequeñez que nos muestra la verdadera Navidad, porque sólo el que se siente necesitado, sólo el que es capaz de preguntarse por el sentido de la vida y de los acontecimientos, es capaz de creer. El satisfecho, el soberbio, el que cree que sabe todo o piensa que tiene de todo y es incapaz de acercarse a echar una mano al que lo necesite… esa persona es incapaz de creer.
Y no trato de hacer una meditación de oportunidad, sino que es esencial a nuestra fe. Todos los grandes santos entendieron este misterio y lo intentaron vivir y comunicar. Toda la comunidad cristiana debe dirigir su mirada a los pobres y no sólo los de espíritu profético.

Los católicos estamos llamados a vivir una vida sencilla, como la de Cristo, pero ¡tantas cosas nos atrapan! ¿Qué es lo necesario y cuál lo que no nos es necesario? Si ponemos nuestros ojos y nuestro corazón en Cristo está claro. Pero ¿cómo llevarlo a término, en este mundo en el que poseer nos da tanta distinción e influencia?

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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