Dicen que durante las primeras luces del 1 de enero pasa la Paz por nuestras calles. En ese preciso instante en que los mayores ya desvelados ventilan y ordenan sus hogares, los niños se desperezan y se estiran sobre el edredón de la cama y los jóvenes vuelven, a cuenta gotas, de las fiestas de nochevieja.
Éste, como muchos otros años, las personas que lo saben, esperan a la Paz. Algunos pusieron un velón rojo encendido en su ventana, para que cuando la Paz pase y lo vea se digne entrar.
Así, mientras tomaba en un bar el café negro de la mañana, contemplé a don Felipe, que vive solo, pegado a los cristales, con la mirada huida hacia un horizonte en espera de la visita de sus hijos, que desde hace tiempo no vienen, atareados en mil quehaceres.
La señora Juana, tras los visillos rebusca el consuelo, mientras mira de reojo a su marido enfermo.
Mateo, el peón, sale al quicial a apurar las primeras bocanadas del cigarro. Tiene una seria lesión en la espalda que le impide trabajar y mientras contempla el humo, revive la angustia de las pocas posibilidades que le quedan para vivir con dignidad.
Soledad, una mujer de 54 años que el tiempo dejó aparcada en los primeros días de su niñez, juega con una muñeca de trapo, mientras sus ancianos padres, apoyados uno en el otro, la miran desconsolados y vigilantes con las lágrimas en los ojos.
Don Manuel, abre las puertas de su iglesia, como todas las mañanas para rezar. Y antes de entrar, mira a un lado y a otro de la calle vacía, y deja que una cierta desolación le oprima el pecho.
Petra, siente que este año tiene que ser distinto, pues siempre se alborota por nada, pero es su forma de ser, aunque no lo quiera, y rumia todo esto mientras vapulea cada vez con más fuerza una alfombra en el balcón.
El joven Santi, da vueltas al desayuno y mira el remolino sin fin que hace ensimismado con la cuchara. Estaba enamorado y ha sufrido el desamor. Ayer no salió de casa.
Mientras, el televisor habla y habla de guerra, de violencia, de injusticias, de terrorismo, de analfabetos y hambrientos, de enfermos de sida, de mujeres maltratadas, de asesinatos, de corrupción… noticias televisadas de un año, imágenes que nos acostumbran al espanto.
Unos jóvenes que volvían de pasar la última noche del año, con la sonrisa en los labios y la boca llena de cantares me dijeron que se cruzaron en el camino con unas niñas de grandes ojos. Respondían a los nombres de Ternura, Justicia y Misericordia…. les acompañaba un niño pequeño, desnudo, que se llamaba Perdón.
Una a una se fueron apagando las candelas en las ventanas de mi calle. Se recogieron y guardaron para otra noche, para otro paso de año, para albergar otra esperanza de Paz en el corazón de cada uno.
¡Ánimo y Adelante!
+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín