En Al ritmo de los acontecimientos


Llevo hoy un año entre vosotros, como obispo de este pueblo creyente que habita estas tierras de Teruel y Albarracín. Un año de miradas y escucha, de trazar encuentros, de abrazos y besos, de palabras precisas y también espontáneas, de sonrisas y preocupaciones.  Es la única manera de formar parte de este Pueblo de Dios al que he sido enviado y del que me siento tan acogido. Es la manera de comenzar a amar.  Los primeros meses fueron de un cierto duelo, me costaba estar apartado de las personas y la misión a las que dediqué la vida y el tiempo en mi anterior diócesis de Palencia. También me ha exigido un esfuerzo de mente y de corazón, con 60 años no era fácil tanto cambio. Pero Dios me ha bendecido. He vuelto a fijar nuevos rostros, a establecer nuevos modos, a exigirme más, tanto en la vida intelectual como en la espiritual, y todo para cumplir mi tarea, para animaros y seguir con todos vosotros evangelizando.

Después de recorrer la mayoría de la diócesis, de encontrarme con las comunidades parroquiales, con las religiosas y religiosos, con las contemplativas, con los distintos movimientos, asociaciones y  algunas cofradías penitenciales y devocionales, con el Consejo de Pastoral y las Delegaciones, con Cáritas y Manos Unidas, y varias veces: encuentros con todos los sacerdotes, con el Colegio de Consultores, el Consejo Presbiteral y el de Arciprestes, … al final de todo un camino recorrido, y acompañado siempre por mi Consejo de Gobierno, hemos llegado a una conclusión: “Somos Comunidad”.

La tentación individualista o de sólo mi grupo, es real y por eso debemos de “trazar caminos de encuentro”. Algunas veces nos quejamos de soledad, de vejez, de decadencia, de caminos trillados, de incomprensión… pero también es verdad que nos cuesta salir de nuestros esquemas hechos, de nuestras celebraciones ajustadas y acomodadas, nos asusta la aventura, y somos muy conservadores para desear hacer cambios que desestabilicen el orden que habíamos creado o que me desencajen de mi propio molde que me da cobijo y demasiada seguridad. Ante esta propuesta no nos queda más remedio que reunirnos y unirnos. La Iglesia es una barca y estamos todos dentro. Las propuestas que excluyen a otros crean inmovilidad. Y excluir significa enquistarnos dentro de nuestro propio tumor o atacar (incluso con la indiferencia) a los que no piensan como nosotros. Así no navegaremos a ninguna parte.

Retomemos y potenciemos todo lo que tenemos de bueno, y he descubierto en este año, que es mucho. Busquemos lo que realmente pertenece a nuestra identidad y desenmascaremos aquello que se nos ha pegado como lastre a través de las costumbres, de las influencias paganas, de nuestra propia historia o de nuestro pecado. La comunidad, el cuerpo de Cristo resucitado, es nuestro origen y la vuelta a las fuentes es siempre el espejo de nuestra necesaria renovación.

Tenemos un año para profundizar en nuestro ser Iglesia: buscando caminos de encuentro, hablándonos al corazón y creando puentes de vida. Comencemos con ilusión esta siguiente etapa de nuestro peregrinaje.

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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