El cartel de Manos Unidas de este año es un huerto. Si interpretamos de una manera realista la relación de la humanidad con la naturaleza a través de su historia, descubriremos que el jardín/huerto es, en primer lugar, espacio de experiencias y de relación de la comunidad humana. Para nosotros, que somos creyentes, el paraíso en sus orígenes era un jardín, lleno de árboles frutales apetitosos, plantados por la mano de Dios: “el jardín del Edén”. San Agustín creía que Adán y Eva habían sido felices trabajando este jardín: “¿Creéis que hay una visión más grandiosa que cuando la razón humana está más cerca del trato con la naturaleza, cuando esparce unas semillas, planta un arbusto, inserta un esqueje o trasplanta un plantón?”. Quizás se nos puede escapar, en una lectura rápida, que el santo filósofo hace referencia a la razón humana, con lo que podemos afirmar que la sinrazón, y por tanto el deterioro moral, son el fruto podrido del hambre en el mundo. La expulsión de los primeros padres a un nuevo paisaje árido, desangrado y herido de muerte es la consecuencia del “hundimiento del alma”, es decir, orgullo, ambición, egoísmo y creernos los dueños y nos los administradores de la creación. Y la naturaleza que desde nuestros primeros padres fue el espacio del idilio de amor se convirtió en un campo de batalla. La colonización y la ambición de los dominadores fue poseer más, aunque les costase el hambre y la muerte a los pueblos de los territorios ocupados.
Ahora estamos en el crítico momento en que la naturaleza amenazada se ha convertido en la naturaleza amenazante. Realmente comenzamos a asustarnos por haber roto esta relación de amor y sustento que durante tantos siglos hemos mantenido con la tierra, pues nos hemos dado cuenta que la supervivencia de la humanidad depende de las reservas de la naturaleza. Volvemos a estar bajo el síndrome del destierro del Edén: errantes sobre una tierra hostil.
No es simplemente una curiosidad antropológica que la sociedad patriarcal tuviera sus fronteras en el huerto o en el jardín, convertido en el reino de la mujer: espacio de naturaleza dominada para ser despensa o simplemente belleza ordenada. Aún hoy en muchos pequeños pueblos y aldeas, la madre es la que mantiene con sus cuidados el huerto, el jardín y también el gallinero. Sólo cuando dejaron de formar parte de la economía doméstica fue cuando fueron colonizados por el varón como espacio de ocio, entretenimiento y tiempo libre.
Hoy, un gran número de mujeres, de pequeñas y grandes parroquias, forman Manos Unidas. Ellas, educadas en la sobriedad de la vida, con ese horizonte de que muchos pocos hacen un gran mucho, siguen rompiendo la tradición patriarcal, sembrando pequeños y simbólicos huertos que puedan hacer la vida sostenible, sobre todo para los que más lo necesiten. Sus pequeños trabajos, son comida y agua para millares de personas hambrientas y sedientas; sus bordados, realizados en las largas tardes de invierno, son cultura para poblaciones que se desmoronan en el analfabetismo; sus esfuerzos de comprensión en las reuniones de formación son esquejes y plantones para el desierto de muchos pueblos.
Esta es una de las maneras de hacer posible el mandamiento del amor de Nuestro Señor. Un amor que pasa de ser afectivo, o de meras palabras, a ser efectivo si “COMPARTES LO QUE IMPORTA”. Unirnos a ellas es hacer posible que esta tierra sea casa y alimento para todos.
¡Ánimo y Adelante!
+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín