En Al ritmo de los acontecimientos


La verdad es que los acontecimientos se habían precipitado de tal manera que la sentencia injusta y cruel, crucificando a Jesús, les había pillado a todos con el paso cambiado. Tantas esperanzas habían puesto en el nuevo libertador, para unos, o en el profeta de la misericordia, para otros, que todo quedó en el vacío y en el sinsentido de una cruz con el barro y la sangre seca en lo alto de la colina de la Calavera. La impresión en sus retinas del dolor desgarrado e inmisericorde había truncado todas sus esperanzas.

Pero aquel amanecer del día primero de la semana, cuando la gente se desperezaba de la resaca de las fiestas de Pascua, un sepulcro vacío cambió el sentido de nuestras vidas y de nuestra historia, de tal manera que sorprendió a los más íntimos del Resucitado con el escenario de la muerte sin desmontar. Las mujeres que embelesadas por tantos caminos le siguieron, iban cargadas de ungüentos y con el luto en el corazón dispuestas a embalsamar el cadáver del Maestro. María Magdalena desconsolada, con el corazón roto, también buscaba un cadáver robado, descolocado del lugar donde le correspondía y preguntó al hortelano si sabían dónde le habían puesto. Un tal Cleofás y otro de sus discípulos, se alejaban a su pueblo, Emaús, con el menor atisbo de esperanza ya extinguido y la desilusión marcada en sus rostros. El resto, discípulos y amigos, fieles y seguidores de boquilla, ya habían huido hacia adelante o se mantenían con las puertas bien cerradas, agazapados por el miedo a correr la misma suerte.

Entonces, Jesús, comienza a hacerse el encontradizo, como siempre él toma la iniciativa, y todos tras el encuentro emprenden a correr desazonados para compartir la buena noticia… Corren María Magdalena, las santas mujeres, Juan y Pedro, y los de Emaús se levantan al momento para desandar con un ritmo bien distinto, el camino de vuelta. Se hace mil pedazos el miedo que había agarrotado a los discípulos y les había asfixiado en la monotonía de todos los días. La resurrección les empuja a ir de un lado para otro, pero no como locos desorientados, sino como testigos ¡Ha resucitado! Porque la resurrección es vida, y además vida renovada, ¡es dinamismo contagioso! Con su resurrección, Jesús, el Señor, les revela definitivamente quién es, cuando el corazón se les abrasa de amor.

Pero, a nosotros los creyentes ¿qué nos pasa? que a poco que nos descuidemos tenemos propensión a caer en la trampa de la muerte y nos acostumbramos a merodear con insistencia los senderos que conducen al sepulcro. No hay más que ver con cuanto despliegue celebramos los días del sufrimiento y el dolor de Nuestro Señor y en qué dejamos el Domingo de Resurrección. Mirad, si no, cuántos participan en procesiones y viacrucis y quienes van a la Vigilia Pascual, la Fiesta por excelencia de los cristianos desde el primer instante de nuestra historia. Contemplad cómo nuestros actos de piedad son tristes, nuestras celebraciones rayan el tedio y nuestras comunidades están formadas más que por hermanos, por parientes lejanos. Por qué no terminamos ya con los cristianos de cara de viernes santo y damos más resurrección a nuestra fe para que sea más animosa, más esperanzada, más luchadora, más creativa, más libre, más sanadora, más santa.

¡Cristo ha resucitado! ¡Estad siempre alegres! ¡Feliz Pascua!

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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