Cuando apareció en los años 70 del siglo pasado, el apócrifo Evangelio de Judas (de la secta agnóstica de los cainitas), se hizo un revuelo que todavía colea por las redes, siendo declarado por National Geographic como “uno de los descubrimientos religiosos más importante de los últimos años”, alegato que formaba parte de su campaña de lanzamiento, pues es la propietaria del manuscrito.
En este caso, tranquilos, no ha aparecido un quinto evangelio. Pero esto viene a cuento porque el lunes pasado el Papa ha sacado a la luz una Exhortación que nos llama a todos los cristianos a la Santidad. Incluso nos puede extrañar, pues la misma palabra, parece que hace tiempo la habíamos relegado de nuestro vocabulario religioso. Hoy, en nuestros corrillos de creyentes, nos gusta más hablar de testimonio, opción, carisma, militancia, compromiso, misión… palabras, por otra parte, integradas en la de santidad, pero que nosotros eludimos como antigua, propia de otros momentos eclesiales.
Pero quizás es porque nos han presentado una santidad inalcanzable, propia de personas heroicas y no de gente en zapatillas, de taller o de vida familiar. Puede ser también que nos invitaban a ser santos a base de voluntarismos que se convertían en luchas cargadas de fracasos o de batallas perdidas, y nunca la concebíamos como un camino comunitario abierto al amor.
Nuestras santas y santos, casi todos tienen hábitos o han fundado algo, o han muerto mártires. Muchas veces, medio en broma o en serio, hacemos estos comentarios: si quieres alcanzar la santidad funda una congregación, ella se encargará de llevarte a los altares, pues a base de insistencia recalcitrante siempre lo consiguen, aunque tarden dos siglos. Es más, si un grupo no ha visto aún a su fundador o fundadora aureolado parece que se hacen de menos, parece que les falta el marchamo de autenticidad, y no debe ser así. La autenticidad de los congregados está en llevar a cabo su carisma y hacerlo en comunidad.
Nuestros santos eran héroes inalcanzables y los retablos de nuestras iglesias estaban plagados de religiosos y religiosas, excepto los apóstoles claro, pero como “tenían faldas” eran contabilizados en el mundo de los hábitos. ¡Qué poco pensamos en la mujer de san Pedro, que bien se merece una hornacina!
Volvamos a la espiritualidad de la vida diaria, la de los pucheros, que decía santa Teresa. Así ha sido fraguada la santidad de tantas y tantas personas anónimas, de estos de andar por la calle. Personas que han sido capaces de escribir el quinto Evangelio con sus vidas, siguiendo a Jesús, el Señor, en la autenticidad de los pequeños actos, que son los que nos forjan para que un día, si las circunstancias lo exigen, podamos dar una respuesta heroica.
¡Ánimo y Adelante!
+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín