Como cada día me dispongo a ver las noticias de las tres, enciendo el televisor y en una de las cadenas aparece un actor español, como fuera de sí, repitiendo insistentemente una retahíla de blasfemias, como derecho a su libertad de expresión. Paso de canal y me lo encuentro en otro noticiario. Una abogada de una asociación (cristiana o católica, no recuerdo) reivindica el derecho a denunciarlo por ataques a los sentimientos religiosos. Mientras escribo escucho “Lágrimas Negras”, soberbio CD de Bebo y el Cigala: “En lugar de maldecirte con justo encono, en mis sueños te colmo de bendiciones”.
Estas situaciones me entristecen, me recuerdan mucho la polémica que se armó cuando un artista hizo una performance con 242 formas consagradas poniendo la palabra “pederastia”. Entonces yo escribía en un periódico (lo digo para no ser acusado de auto-plagio) que la trasgresión religiosa, del mismo modo que verbalizar una blasfemia, no necesita de mucho intelecto en su realización. Es más difícil hacer una apuesta creativa que, además de denunciar, proponga un camino nuevo, y si la propuesta es artística, mejor que mejor. Pero herir por herir, aparte de ser moralmente inaceptable y en este caso de mal gusto, no deja más que sensibilidades a flor de piel, incomprensiones y resentimientos, incluso de los que debíamos poner la otra mejilla.
Y entre los que formamos la Iglesia que, como es natural, no nos va para nada ni las blasfemias ni la profanación de los símbolos religiosos –de nadie–, mucho menos este de las formas consagradas que para nosotros trasciende toda simbología. Y aquí viene la disyuntiva ¿Qué hacer ante la agresión? ¿Dónde debemos poner los cristianos los límites a la reacción? ¿Debemos callar para no hacer más famoso al que busca notoriedad? ¿Debemos denunciar o hablar, para no denotar pasividad o, como dicen algunos, falta de valentía y demasiado pensamiento débil? Yo personalmente no creo en los Guerrilleros de Cristo Rey, y pienso que la mejor defensa no es la reacción, sino el testimonio esperanzado y la propuesta creativa. Y digo esto, porque en nuestra respuesta estamos poniendo mucho en juego.
Un amigo me decía el otro día que cuando estaba en la universidad, en el grupo de Pastoral Universitaria, ponían sus propuestas en la cartelera en donde cada grupo o persona, de cualquier signo, clavaba las suyas. A la mañana siguiente siempre aparecían tachadas, o con insultos, o ridiculizadas, y solo la nuestras. Decidieron callar y ser tolerantes con aquellos que no lo eran. Vivíamos una situación difícil, callada, de persecución. Nosotros seguíamos proponiendo sin meternos con nadie.
A veces me bombardean al móvil con desgracias que ocurren a los cristianos en cualquier parte del mundo, noticias incluso que se dan como actuales habiendo ocurrido hace varios años, martirios de comunidades enteras, insultos a la Iglesia y a la fe de personalidades de la cultura, agresiones en las universidades, performances y profanaciones varias… y pienso: ¡nos quieren provocar! No podemos responder con las mismas armas que los provocadores: el odio, la revancha, el insulto, el “no hay derecho” … Nuestra provocación ha de ser evangélica o mejor callar y orar por los enemigos, que eso sí que es un mandato del Señor.
¡Ánimo y adelante!