En Al ritmo de los acontecimientos

Os aseguro que cada vez que los medios hablan de la pederastia en la Iglesia me siento mal, muy mal. En primer lugar, porque no se debía dar entre nosotros (ni entre nadie) y en segundo lugar porque da la sensación que sólo se da entre nosotros. Y no es verdad.

La sexualidad es compleja, tan compleja como las demás capacidades del ser humano: la intelectualidad, la afectividad, las relaciones, los sentimientos, la potencia creativa y destructiva, los deseos, las influencias que acepto o que rechazo, los razonamientos que hago (ya sean subjetivos u objetivos), las intenciones, los sueños e ideales que mantengo… cada persona, cada encuentro, cada situación, cada vacío y cada esperanza guardan dentro de sí un mensaje que dicen quiénes somos cada uno respecto a los otros.

Como el ADN, ninguno somos iguales y además nos influyen tanto las relaciones como el mundo interior que nos conforma: la familia donde nacimos y su historia, los amigos con los que nos juntamos (“me ajuntas”, decíamos de pequeños), los primeros maestros o maestras, los primeros compañeros de trabajo o de estudios, el primer amor, la relación con nuestros mayores, los primeros sentimientos religiosos, las primeras opciones personales, las ideologías …  y el mundo interior: quién me creo que soy, cómo veo a los demás, qué me hace daño, qué traumas voy adquiriendo, qué filtros voy poniendo, que proyección pienso que tengo, … todo un puzle que colocar y que discernir, nada fácil si no se tiene un acompañamiento personal y comunitario.

Hay muy buenas personas en nuestras historias que nos han ayudado a discernir, incluso algunas sin saberlo. La educación, en la vida cotidiana de nuestras familias, nos ayudaba a eso. Qué importante es la vida cotidiana, esa urdimbre que nos ha conformado, más de lo que nosotros creemos.

En los seminarios, que eran como una gran familia, al menos así lo viví yo, no puedo hablar por los demás, había formadores, directores espirituales y confesores que nos ayudaban a trazar con maestría la trama del lienzo de nuestra vida y de nuestra vocación. Pero claro, si una persona no quería desvelar su secreto, por miedo o por bloqueo, o incluso lo disfrazaba de otra cosa ¿Qué se podía hacer? Estoy seguro que ningún pederasta narró la desestructuración en la que estaba metido. Aunque también puede ser que haya habido acompañantes poco preparados que no supieron descubrir la verdad oculta en sus palabras y en sus acciones. Imagínese una esposa que descubre que su marido es pederasta, ¿de qué le sirvió el noviazgo? y ¿las acusaciones irían para la esposa tanto como para su marido?

Las acusaciones a la institución eclesiástica son graves. Y creo que la Iglesia, a partir de los dos últimos Papas, se lo está tomado bien en serio, más exigente y escrutadora que cualquier otra institución. Buscar a los abusadores de hace 70 años es acusar con criterios de hoy a la sociedad de ayer, y digo sociedad, porque tampoco el maltrato machista, como tantas otras cosas, se percibían hace siete décadas como se conciben, gracias a Dios, hoy. A algunos sacerdotes, entonces, se les recluyó de por vida en un monasterio, que era como ir a la cárcel para el que no tenía vocación monástica.

Cuando leí hace unos días que uno de los más importantes periódicos de este país abría una página web para que todos los abusados por eclesiásticos enviasen su testimonio, me pareció raquítico de miras. Pues si uno está preocupado por los casos de pederastia, lo normal es que la página estuviera abierta a todos los que por unos u otros hubiesen sufrido ese martirio, a no ser que lo que se busque no sea la liberación de tantos y tantos que han sufrido por muchos la pederastia en sus carnes, sino sólo desacreditar, del modo que sea, a la Iglesia. Como no se hace de la misma manera (ni se debe de hacer) si el pederasta es un docente, un repartidor de grandes almacenes, un entrenador, un profesor de teatro, etc. El que esté sin pecado que tire la primera piedra.

¡Ánimo y adelante!

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