“Teruel Existe” y “Soria ¡ya!” organizaron una manifestación festivo reivindicativa en Madrid el 31 de marzo de 2019. No es la primera vez, ni será la última, que los obispos de Soria y Teruel hablamos de nuestros pequeños pueblos. Esa España vaciada, donde los últimos que se van, pero no los abandonan, son los párrocos. No es la primera vez que soñamos con hacedores de políticas y gestiones, que fuera del eslogan fácil o de la visita televisada, pongan manos a la obra y busquen respuestas racionales a la desidia y la precariedad.
Siempre nos viene a la memoria el grito del Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1) donde a todos se nos pide inteligencia, verdad y sabiduría. Por otra parte, debemos retomar las raíces teológicas del “bien común” que, desde la historia de Israel hasta bien pasada la edad media de Europa, fue un concepto más teológico que político. Los cristianos no debemos olvidar esto, y la tan desconocida Doctrina Social de la Iglesia, nos ayudará a ello.
La realidad del vaciamiento de nuestros pueblos tiene muchas causas, la primera, en una sociedad que se va mecanizando, la falta de terreno para todos. Las familias que antes vivían trabajando la dura tierra, con unas mulas y mucha mano de obra, ahora una sola persona puede hacerlo con mucha más facilidad y todo el terreno. Nuestros padres fueron los primeros que nos animaron al abandono, por falta de recursos para todos: “Tú estudia, que aquí no hay trabajo para todos”. En segundo lugar, el descenso de la población, provocada por la necesidad de mano de obra para industrialización de las zonas costeras de nuestra península, llevó a un descalabro en las pirámides poblacionales, dejando paulatinamente una España interior vaciada. Finalmente, y entre otras causas, una falta de estructuras de comunicación ha provocado la disminución de servicios y de la atención y el mantenimiento de los núcleos poblacionales. A menos habitantes menos oportunidades.
Es verdad que, en el devenir de la historia, los pueblos y las ciudades han aparecido y desaparecido, porque sus habitantes buscaban mejoras de vida. Además, algún estudioso del tema piensa que tenemos demasiados municipios inviables por la falta de población, pero eso no quita para que pensemos en las personas que viven casi abandonadas en el aislamiento de nuestros pequeños pueblos y prestarles todos los servicios necesarios para una vida digna.
Se han agotado ya los caladeros de nuestros pueblos –detectan los demógrafos del CIS– pero las siguientes en caer serán las ciudades intermedias, los antiguos centros comarcales y luego, les llegará el turno, y ya está aquí, a las ciudades medianas de nuestra querida geografía. No es momento de lamentarnos, sino de exigir una mayor acción y compromiso por parte de todos. Ahora, más que nunca, necesitamos “minorías creativas” (expresión de Benedicto XVI) que den respuestas firmes y acompasadas a esta lacra del abandono.
¡Ánimo y adelante!