Nos pusimos en camino la otra tarde. Seguro que, a la fecha que estamos, todo el mundo está preparando un plan para el verano. Con parte del equipo de Pastoral Juvenil nos fuimos a recorrer una serie continuada de pueblos de nuestra diócesis por los que podríamos trazar un itinerario (tanto exterior como interior) con los jóvenes que quisieran participar de esta apuesta andariega en el mes de julio.
La dificultad, para los que sumamos años de experiencia por delante, no está en preparar unos días para que los jóvenes se lo pasen bien, incluso olvidando sus redes sociales, sino saber apostar por lo que nos pueda hacer vibrar a todos por dentro. Pues es bien sabido que nuestra historia personal arrastra muchos campamentos o encuentros con jóvenes en los que hemos amenizado mucho, hemos humanizado un poco menos y hemos evangelizado muy poco o casi nada. Y esta es la equis a despejar.
Cada día se oye más, hablando también de política, esa especie de haiku (o poema breve japonés) de Mario Benedetti, «Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas». Y eso nos pasa a las personas que trabajamos en grupos eclesiales de cualquier tipo, de cualquier estrato social y de cualquier edad. Llevábamos años creyéndonos ser una referencia para muchos jóvenes y ahora parece que nos toca mendigar su presencia en nuestros grupos, pues no estamos acostumbrados a responder sus preguntas, y además nos encontramos bloqueados sin saber cómo hacerlo.
A veces, como vía de escape o de enganche en muchos casos, buscamos cómo hacerles vivir acompañando situaciones de pobreza extrema, o de indigencia de cualquier tipo, para que se les ablanden las entrañas y puedan mirar a otro lado que no sea la cultura del bienestar, del derroche y del ensimismamiento. Pero uno puede ser ateo convencido y vivir también este camino. Luego la cuestión es cómo trazar caminos hacia Dios, hacia Cristo, hacia el Espíritu. Y más cuando los caminos de la fe no son estables, y menos en ciertas edades.
Programar momentos de encuentro, en la inestabilidad de un camino por colinas, por bosques, por pequeñas montañas, por el medio de un río, durante la madrugada o durante la noche, para llegar al final y reposar durante dos días en un monasterio, puede ser una opción para vivir una aventura humana y espiritual.
Puede ser que, en el encuentro con nuestra tierra, nuestros paisajes maravillosos, nuestros pequeños pueblos y nuestras gentes mayores que sostienen como un pálpito la memoria, nos llenen de una sabiduría especial y nos haga sensible a lo eterno. Puede ser que, sin intentar convencer, algunos jóvenes o adultos testigos, provoquen preguntas o den pistas de respuestas por vivir la fe desde los tuétanos. Puede ser que, durante las caminatas, los descansos en lugares desasidos, las noches bajo la luna, o las celebraciones sosegadas, ante la inestabilidad o las dudas surja a borbotones el diálogo. La oferta está abierta, si vienes será porque tu quieres.
¡Ánimo y adelante!