No quiero ponerme decimonónico, donde enfrente lo urbano con lo campestre, ni voy a hacer un cántico para neo-rurales, ni para visitantes turísticos, paseantes de un momento, coleccionistas de fotos y de nuevos sabores y aromas, quizás perdidos en alguno de los rincones de su infancia, donde todo sabe a la cocina de la abuela y todo huele a olores y texturas de las cosas naturales, sin aditivos y conservantes. Nuestros pueblos no pueden quedarse solo en parques temáticos de los mundos perdidos, donde unos visitantes se quejen porque los gallos cantan al amanecer.
Y al final, con toda la buena voluntad, nuestros esfuerzos, el de los pequeños ayuntamientos, el de las comarcas, se quedan en atraer a masas de personas puntualmente para nuestras fiestas, desvirtuándolas de la memoria colectiva de los pueblos y quedándose en garabatos teatrales para turistas y curiosos. Y luego la soledad y el vacío, durante todo un año. Y contentos de ver gentes deambular por nuestras calles. Pero no son nuestros, no se quedan, van de paso. Y en algunos casos, destrozan lo que, con tanto esfuerzo y tantas súplicas a los organismos más altos, se ha conseguido para embellecer nuestros ya maltratados pueblos.
Ahora vuelven a hablarnos de la trasformación de los productos, de las nuevas tecnologías (y la banda ancha), de la implantación de la población, de la creación de pequeñas industrias, de las energías renovables, de un turismo de calidad, de los accesos viables, de la explotación de los bienes comunales, de la promoción turística, de la creación y comercialización de productos ecológicos (¿cuándo no han sido ecológicos en nuestros pueblos?), de la visibilidad de la cultura rural, del asociacionismo… pero así como lo desgrano yo, así se van por las laderas como las cuentas de un rosario roto. Pero, como nuestras abuelas, lo enhebramos de nuevo mirando por encima de las gafas.
En otros países europeos, después de la Segunda Guerra Mundial, hicieron esfuerzos de centralización creando cabeceras de comarca que hicieran posible mantener una vida digna en los pueblos de alrededor. También reforestaron las tierras abandonadas por los campesinos y las arrasadas por la destrucción bélica. Ahora son bosques sostenibles que generan puestos de trabajo en el mundo rural. Quizás habrá que dar ventajas económicas sobre los impuestos, como hacían los reyes del medievo, cuando quería repoblar grandes extensiones o crear nuevas ciudades, como fue el caso de Teruel. En algunos lugares se han creado escuelas on-line, donde los propios padres son los maestros de sus hijos, los cuales se concentran con otros niños, para crear lazos afectivos y sociales, un fin de semana al mes. Dar facilidades, de todo tipo, para que jóvenes se asienten con originales y cuidadas empresas en los pequeños pueblos. Para todo esto son necesarias leyes positivas que pongan en movimiento el engranaje de esta vieja máquina. Nadie ha dicho que sea fácil o incluso posible que nuestros pueblos resuciten.
Ahora que visitas nuestros pequeños pueblos o que vuelves a tu aldea a revivir los profundos sentimientos de tu infancia y juventud, pregúntate: ¿Y yo que hago por mi pueblo? Al menos no vayas de paso.
¡Ánimo y adelante!