Recorro algunos pequeños pueblos los domingos para echar una mano a algún que otro párroco agobiado con demasiadas celebraciones. También los seglares, llamados “animadores de la comunidad”, o algún diácono, hacen similares recorridos como los que pueda hacer yo.
Llegas a un pequeño pueblo, por los habitantes, no por la extensión del casco urbano, ni por las dimensiones de la iglesia parroquial, que te están diciendo a gritos, que antaño, no hace tantos años, tenían alrededor de mil habitantes, y ahora, cuando llega el invierno, se quedan en unos ochenta. En pasando “los Santos”, se termina el periodo estival alargado, de aquellas personas jubiladas que ya viven en la ciudad, donde están sus hijos y nietos.
Me gusta llegar una media hora antes, cuando hacen el primer toque de campanas, para avisar que en treinta minutos comienza la Eucaristía. Las personas que cuidan las iglesias, suelen ser mayores, aunque las hay también de mediana edad. Mujeres entregadas del todo, y que me cuentan siempre como la parroquia no hace tantos años era un hormiguero de actividades. Ahora somos todos ancianos, muy ancianos, aun así, hacemos procesiones, más cortas que antes, nos juntamos para formarnos y nos reunimos en los tiempos fuertes para hacer oración con los pueblos de alrededor y merendar juntos. De una manera o de otra, tampoco nos falta la celebración, el sábado o el domingo.
No crea, me dice una sacristana, algunos grupos siguen alzando la voz con esto de la España vacía o vaciada, como se diga, pero han llegado ya demasiado tarde. Mire usted alrededor, unos siete pueblos, todos ya terminando, que me expliquen cómo les piensan reactivar, que me digan quien va a querer venir aquí, si no nacieron aquí, que somos los que nos mantenemos. Y de qué les van a dar de comer, aquí las tierras ya son de unos pocos. Antes vivíamos con mucha escasez, un pequeño terreno, un huerto, unos pocos animales. Pero ahora hay problemas para que tengas unas gallinas o conejos en el corral, pues te dicen que es zona urbana, y tampoco puedes matar un cerdo. Todo está tan limitado por las normas, que no nos dejan vivir. Cuando una vez al año hacen una representación de la matanza, que no sé para qué, ya traen al pobre bicho, limpio y descuartizado.
De aquí se marcharon aquellos que no tenían posibilidades o soñaban con un futuro mejor. Los que tenían más posibles, o los que se conformaron con lo que tenían, son los que no se quedaron. Además, los padres queríamos que nuestros hijos no pasaran nuestras calamidades. Había que darles un futuro mejor. Créame, es muy tarde ya para cambiar nada.
Estas conversaciones de sacristía, antes de la Misa, me hacen levantar el velo a la realidad. Yo pienso sin querer, desde la ciudad, desde la organización, desde los organismos. Incluso, cuando pensamos en dinamizar nuestros pueblos, no se piensa tanto en la gente mayor, que los habitan, sino en los que supuestamente puedan crear futuro y que ya no existen.
Al despedirme, me dice la buena mujer: oiga y por qué no nos hacen curas a algunas de nosotras para atender a nuestros pueblos mientras duren, … le aseguro que somos gente buena. Pues si no tenía con una taza, tome taza y media.
¡Ánimo y adelante!