Y hablando de las misiones. Convoqué el otro día a los sacerdotes estudiantes en nuestra diócesis, para orar, charlar un rato cambiando opiniones y comer juntos. Son seis jóvenes provenientes de África y cinco de América del Sur. Mientras hacen sus licenciaturas o doctorados en Zaragoza o Valencia, se dedican a atender nuestros pequeños pueblos en los distintos lugares de la geografía turolense.
Suelen estar desde el jueves o el viernes en sus parroquias y de lunes a jueves en la universidad. No es fácil estudiar y realizar la tarea pastoral al mismo tiempo, pero tampoco imposible. Aunque dos de ellos no van a estudiar sino a tener una experiencia misionera entre nosotros.
Da que pensar, que nosotros que somos la primera potencia católica en el envío de misioneros por todos los rincones del mundo, ahora debemos recibirlos con los brazos abiertos, para que nos alienten en la fe. Ellos proceden de comunidades muy jóvenes y numerosas, nosotros, en cambio, somos una sociedad anciana, reflejada de una manera singular en nuestras iglesias y celebraciones.
Ellos hablan de sus comunidades de origen, vivas, multitudinarias, jóvenes, con unas celebraciones espontaneas cargadas de canciones, donde todos aplauden y mueven su cuerpo al compás de los versos de los salmos o de los cánticos. El contraste con nosotros es inmenso. Si alguno de ellos intenta en nuestras parroquias que la gente se mueva cantando o contorneen su cuerpo al ritmo de las palmas, un desconcierto e incomodidad se genera entre los fieles asistentes. Está claro que pertenecemos a otra cultura religiosa, ni peor ni mejor, otra manera de hacer producida por nuestro ancestral temperamento.
Allí, en sus tierras, el sacerdote es un vínculo de unidad entre todos, ellos entran en sus casas, rezan con ellos, bendicen el esfuerzo de su trabajo y sus vidas, visitan a unos y otros… En realidad, la vida se hace en la calle o en la puerta del templo, donde tras la celebración no hay prisa, donde se habla con unos y otros, se conciertan visitas familiares, peticiones y ruegos. Quizás, hace unos sesenta años, la vida del sacerdote en nuestros pueblos era también muy parecida.
Es verdad que ellos en sus tierras tienen también problemas, algunos con las sectas que arrasan por donde van, o con poblados donde aún no ha entrado el Evangelio y es todo nuevo, con comunidades como las nuestras, de una veintena de personas, porque comienzan de cero.
Ahora ellos se esfuerzan por seguir animando la evangelización de nuestros pueblos. Trabajan por aprender nuestra idiosincrasia, quieren ser parte de nuestras comunidades, intentan acertar con nosotros y se sienten acogidos y acompañados. Para nosotros también es una riqueza, ellos nos traen sabia nueva, nuevos aprendizajes de otras tierras, de otras culturas, de otras comunidades, muchas de ellas nacientes, como la iglesia de los primeros cristianos.
La misión es para todos, el mandato de Jesús es que vayamos por todos los rincones predicando el evangelio y que hagamos discípulos. Este mensaje es para cualquier bautizado. Todos somos misioneros.
¡Ánimo y adelante!