Ella misma firmaba como Etty, diminutivo de Esther, y escribía desde los tablones de arriba, en lo que asemejaba una litera de tres camas, en el campo de concentración de paso, en Westerbork, en los Países Bajos. Se entregó a los nazis con sus padres y sus dos hermanos. Murieron todos en la cámara de gas del campo de Auschwitz. Etty Hillesum era una mujer de 29 años, culta y bien formada. Pero era judía.
En todo tiempo, pero más en este de cuaresma, quizás debíamos pensar en todas las personas que son asesinadas o rechazadas por cuestiones étnicas, de pensamiento o religiosas. Fijarnos solo en la sangre es muy llamativo y desolador, pero todo comienza por el desprecio o simplemente la indiferencia: no es de los nuestros. Tomar conciencia sería una manera de proyectar nuestro interior y de no encerrarnos en nosotros mismos. Es un camino certero de amor efectivo y de discernimiento.
Cuando uno ve las imágenes actuales de cristianos perseguidos, entre ellos muchos católicos, cuando lees las cartas de Etty en El corazón pensante de los barracones, cuando ves a jóvenes sufrir porque por su condición de creyentes son rechazados en la universidad por algún profesor, o por algunos compañeros, cuando sientes que te miran con desprecio… es tiempo de amar y de discernir.
Las imágenes de las iglesias destruidas, de los cristianos, muchos de ellos niños, asesinados; la memoria de la Shoah, el holocausto de los judíos, cristianos, gitanos, comunistas, homosexuales, travestidos…; las persecuciones de las minorías étnicas: los armenios, los tamiles, los rohingyas, los kurdos, los yazidíes, los hazara…; siempre eliminados por personas (si es que se las puede llamar de esta manera) que buscaban la perfección de una raza única, la perfección de un pensamiento único, la perfección de un estado único, la perfección de una religión única… Y después, si miras a tanto torturador y asesino de cerca, ves cómo se ha dejado llevar de los más bajos y demoniacos instintos, donde solo prevalece el poder, la inmisericordia, la soberbia y el egoísmo en estado más puro, aunque sus palabras grandilocuentes hablen de otra cosa. Y todos, unos y otros, son de nuestra misma sangre.
Etty, nuestra hermana judía, escribía en el libro antes citado: “En el campo de concentración pude experimentar con cruda concreción que cualquier partícula de odio que añadamos a este mundo lo hace aún más inhóspito de lo que ya es. Y creo, quizá puerilmente, pero también de manera tenaz, que si esta tierra se convierte en un espacio más habitable será tan sólo a través del amor, el Amor del que el judío Pablo habla a los corintios, en el capítulo 13 de su primera carta”. Lo dicho, nos queda mucha tarea por hacer y mucho corazón que convertir.
¡Ánimo y adelante!