En Al ritmo de los acontecimientos

El otro día me escribió un amigo, que además es un cura joven. No recibí un correo postal, eso no se lleva, me envió un mensaje por wasap. Como comprenderás nadie escribe una carta, como hacíamos antiguamente porque no había muchos teléfonos, o porque sabias que lo que dijeras podía ser escuchado por la telefonista que había aplicado la tecla para poder comunicarte con la persona deseada (pobres telefonistas, Dios mío, qué fama).

En el wasap enviado a todos sus contactos decía que a partir de ese mensaje renunciaba a este tipo de comunicación, pues lo veía innecesario y que no le aportaba nada, ya que teníamos su teléfono y su correo electrónico para comunicarnos con él. Le llamé, y le dije que había sido muy valiente, que iba a descansar mucho, que los realmente interesados o amigos le llamarían para hablar con él o le escribirían largo y tendido para comentar y preguntar. Que ya no formaría parte de estos grupos surgidos por vete a saber que acontecimiento puntual, pero que permanecen y siempre hay alguien que los alimenta. Realmente le envidié, el wasap produce estrés.

Muchos me lo dicen, este sistema requiere inmediatez. Algunos, me decía un joven el otro día, se quejan porque no les contesto en el segundo, y saben que estaba trabajando. Le entran tentaciones de desconectarse. Pero le da miedo e inseguridad. Piensa que le van a olvidar, que no se va a enterar cuando queden, que estará excluido de los encuentros y salidas, que nadie se va a preocupar de llamarle por teléfono, que va a perder mucho más de lo que tantas veces le molesta, aunque algunas veces estamparía el móvil contra la pared. ¿Si lo utilizáramos solo para quedar? Pero en el fondo es como una ludopatía. ¿Cuántas veces vemos en reuniones, y no solo de jóvenes, a las personas mirar la pantalla por si han recibido un mensaje? También es verdad que cada vez hay más gente (también entre los jóvenes) que comienza a pasar del móvil.

Pero las últimas noticias, reiterativas en los medios de comunicación, es la falta de privacidad a la que nos exponen la utilización de las redes. Cada día estamos más exhibidos en la intemperie de los escaparates de los que mueven los hilos del poder económico y político. Escuchan nuestras conversaciones, ven nuestras imágenes, comprueban nuestros gustos, analizan nuestras tendencias éticas, morales o simplemente estéticas, rastrean nuestras actividades y, si quieren, pueden reconstruir nuestra psicología y nuestra personalidad.

Hoy, los que construyen todos los mecanismos que nos espían, porque saben que pueden entrar en nuestra vida hasta los tuétanos, solo utilizan lápiz y papel para sus estudios y encuentros. Quizás debíamos hacer un esfuerzo de simplicidad a la hora de utilizar Whatsapp, Twitter, Facebook… y no exponer tanto nuestra vida. Y como dicen los evangelios de los discípulos que estaban a la orilla del lago, cuando el Señor les llamó, “dejando las redes le siguieron”. Pues eso

¡Ánimo y adelante!

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