En Al ritmo de los acontecimientos

Estamos a cuatro días del Jueves Santo. Después del domingo y de una entrada en Jerusalén digna de un rey mesiánico: ¡Hijo de David! gritaban, era el heredero de las promesas… pues después de tanta algarabía las cosas se pusieron de mal en peor, los poderes religiosos y políticos veían como se les removía el asiento. Todo un pueblo gritando a un nuevo rey, era una pandemia peligrosa.

Jesús, sabiendo que había llegado su hora, es decir, que le quedaba poco ya de trotar por este mundo, adelanta la cena de pascua, algo tan sagrado para el pueblo judío y signo de su liberación. Antes nadie se había atrevido a hacer algo así. Las tradiciones eran inamovibles y perpetuas. Pero aquí puede el corazón a la Ley.

Nosotros, a causa de nuestra pandemia, estamos también encerrados, los días trascurren en una lenta monotonía, y el corazón nos pide encuentros de amistad, nos pide alegría y fiesta. Es verdad que somos un pueblo creativo y las redes se han llenado de simpáticas propuestas para salir del aburrimiento.

Este año que los católicos no tendremos celebraciones de Semana Santa, más que las televisadas, este año que no procesionaremos y no olerán a cera e incienso nuestras calles, ni se llenarán de penitentes y turistas, podíamos celebrar el jueves la Cena de Pascua. Es muy fácil, se trata de preparar la cena al modo del pueblo judío, como lo prepararon los discípulos para estar con Jesús. Bueno todo esto dentro de las posibilidades de este momento. Lo importante es que rompamos estos días con una cena familiar entrañable, como hacemos en noche buena, pero con más unción, haciendo memoria de aquel día en que Jesús, como siempre rompiendo esquemas, se queda entre nosotros en un trozo de pan, nos da el mandamiento del amor y para volvernos a repetir que los últimos serán los primeros lava los pies a sus discípulos como un esclavo de la familia.

Como hace el pueblo judío, nuestro hermano mayor en la fe, ese día sacaríamos el mantel bueno, la mejor vajilla y cubertería, y además pondríamos unos candelabros o unas velas, convenientemente adornadas en la mesa, como signo de fiesta. El mayor esplendor para el mejor acontecimiento. Las familias judías tienen una vajilla especial para este día, que heredan de padres a hijos. Por eso algunos, aunque les gustaría que el cáliz de Jesús fuese de madera y pobre, como a Indiana Jones, nada más lejos de la realidad.

El menú es muy sencillo: ensalada de hierbas amargas (berros, lechuga, rúcula, canónigos…) pues los egipcios amargaron la vida de nuestros padres (y el virus nos lo amarga a nosotros). Cordero asado, pues con su sangre pintaron las jambas de las puertas y se libraron del ángel exterminador, es decir de la muerte. Pan ázimo (sin levadura) para estar preparados para salir a la tierra prometida a la liberación. Y el vino, signo del reino nuevo y del cumplimiento de las promesas. Después las comunidades judías de la diáspora (dispersados por todos los países) añadieron humus, olivas, higos secos, dátiles y pastas. En fin, que nos puede salir una buena cena para poder celebrar algo en medio de esta travesía.

Ya os digo que esta cena sería como una liturgia en casa. Comenzaríamos encendiendo las velas y leyendo uno de los textos evangélicos que habla de la última cena, por ejemplo, en el evangelista Marcos 14,12-26.  Y luego a celebrarlo, sigue habiendo esperanza para todos.

¡Ánimo y adelante!

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