Me escribes y me dices: Dios te ha dado años de experiencia y eres consciente de que a muchos jóvenes nos ayudas en nuestras dudas sobre la fe y la vida. Leo y me quedo en silencio. La verdad es que tengo cierta inconsciencia sobre lo que me dices. Lo de los años lo tengo claro, y la experiencia es vida asumida y relatada, nada más. Es verdad que sois algunos los que venís a hablar y en diálogos serenos, compartidos, escucho y pregunto sobre la contradicción o la búsqueda, y sois vosotros los que vais abriendo los ojos y descubriendo vuestro camino. Simplemente. Nunca deseo dar recetas.ç
En el fondo, estos diálogos también me hacen crecer a mí, y estar imbuido en vuestras vidas, tan distintas a la mía, tanto en sus orígenes como en el presente. Este intercambio me proporciona conocimiento y a su vez interrogantes para adecuar el Mensaje y saber separar el trigo de la cizaña, incluso en mis creencias. ¿Cómo vivir en Cristo aquí y ahora, despejándolo de todo lo que sea ideología de cualquier tipo?
La integridad del discípulo la encuentro en el Evangelio, que ya sé que muchas veces se te hace duro de leer porque, como dices, no sacas nada en claro, pues piensas que un texto de 2000 años y además traducido de una lengua que no tiene la misma raíz que la nuestra, te impide profundizar. Después te lamentas de no haber estudiado teología pues eso te ayudaría a su comprensión. Es posible, pero… quizás debíamos hablar más de “movimientos del corazón”. Es verdad que hay una comprensión intelectual, que es necesaria, porque produce razonamientos que de alguna manera nos dan seguridad. Pero hay una sosegada y gozosa certeza que solo la da la amistad.
Dos personas que sienten la amistad no tienen por qué tener las mismas ideas, o los mismos gustos, o los mismos pareceres. Viven en una comunión personal que les ha dado la vida compartida, la experiencia. Cuanto más pasa el tiempo más se buscan en lo esencial, en lo gratuito. La mayoría de las veces no necesitan palabras, construyen más en el silencio. Cuando leemos el Evangelio contemplamos la vida, las palabras, los acontecimientos, las personas que tejen la vida del Amigo. No es necesario más que dejarse llevar por el gozo de la amistad, incluso en los malos momentos, que los hay. Cada uno de nosotros somos todos los que merodeamos alrededor de Jesús.
Como Bartimeo, al que tú citas, queremos ver en la oscuridad de la noche. Y como a él, nos atrae esa intimidad exclusiva con el Señor. Bartimeo fue un judío ejemplar, pero justamente los acontecimientos de sufrimiento y del dolor fueron los que le hicieron dar la cara. Muchas veces a nosotros nos pasa lo mismo, ¡pequeños bartimeos!, que vivimos en la oscuridad de la noche y necesitamos una explosión de luz que nos haga salir de nuestros escondrijos para mostrar lo mejor de nosotros mismos, aquello que aprendimos en el diálogo sosegado o aquella lectura sin pretensiones que ese día, y no otros tantos, nos caló en el alma. El Amigo llama a la puerta y la puerta se abre hacia afuera.