Más o menos estas palabras del título son el significado etimológico de la palabra “economía”. Y cuando hablamos de familia, inevitablemente hablamos de casa, y en el mejor de los casos, de hogar. La iglesia, desde su nacimiento, ha intentado ser hogar comunitario, espacio de acogida, servicio a los más pobres, dedicación a las necesidades básicas de aquellos que habitaban a su alrededor y también la ayuda a otras comunidades nacientes.
Ya las primeras comunidades cristianas, en los principios, ante las necesidades de los huérfanos y las viudas, hay una llamada apostólica a la solidaridad (es decir, adhesión sólida entre unos y otros, es más que compartir dinero) para que las comunidades se ayudarán entre ellas, y así por la preocupación de mantener una administración, centrada sobre todo en la caridad y la distribución de los bienes, para vivir en el mandato del amor, se creó el orden de los diáconos.
El engranaje de esta casa común nos exige entregarnos: compartiendo nuestras vidas, celebrando juntos, orando unos por otros, sosteniendo las necesidades a las que vamos dando respuestas. Ha sido la Iglesia a lo largo de los siglos pionera en creatividad y entrega dando respuestas a las necesidades urgentes sociales: los enfermos, los infectados, la infancia sin escolarización, discapacitados, el cuidado de las personas en prostitución, los talleres para iniciar a trabajos, las universidades y escuelas catedralicias, monásticas, parroquiales, los hospitales y leproserías, bibliotecas, imprentas, promotora del arte y la cultura, impulsora de fiestas populares, los monasterios y sus hospederías, fundaciones, y las iglesias, la mayoría verdaderas obras de arte, cargadas de joyas escultóricas y pictóricas en los más recónditos lugares (en algunos pueblos la única obra de arte que se ha mantenido a lo largo de la historia es la Parroquia… y todo por el tesón de un pueblo creyente. Allí donde hay una necesidad, allí está una mujer o un hombre creyente, una pequeña comunidad, dando respuestas afectivas y efectivas, impulsados por su seguimiento a Cristo.
La Iglesia es aquello que tú quieres que sea. Piénsalo bien. Ahora en nuestra diócesis comenzamos a ser una Iglesia anciana, no solo en los sacerdotes, sino también, a la par, en el pueblo creyente. Ahora más que nunca necesitamos el vigor evangelizador de todos y necesitamos también tu aportación económica. Un día vi un cartel en la puerta de una iglesia que decía: Los domingos invita a un café a tu parroquia. En realidad, el cura estaba pidiendo que al menos aportasen entonces un euro, (el precio de un café) en la colecta dominical. Me hizo sonreír, pero tenía razón, la Iglesia la sostenemos todos y nuestra casa es muy grande, piénsatelo.
¡Animo y adelante!