He comenzado a escribir mi carta a los Reyes Magos. Sé que, en realidad, no eran reyes, si lo fueran Mateo no habría omitido un dato tan importante. Herodes no les trata como tales, y el mosaico de la Basílica de Belén del siglo VIII les viste de sabios persas, aunque la riqueza de su indumentaria hizo pensar a la gente sencilla que fuesen reyes. Eran sabios, más esclarecidos por su ciencia que por su autoridad.
Fue el salmo 72 el que nos dio la pista: “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo; que los reyes de Arabia y de Sabas le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y los sirvan todos los pueblos.”
En realidad, siempre queremos comenzar de nuevo y dejar el lastre atrás. La carta es como una catarsis, que a veces se queda en un buen deseo de principios de año. Hace tanto que no pido juguetes, que mis peticiones se parecen más a la otra cara de un examen de conciencia. Siempre el eterno retorno a la búsqueda de Dios, que es el que me da la verdadera seguridad.
Mago es un término persa, “magu” que hace referencia al “que es partícipe del don divino”. Así se designaba a los sacerdotes del antiguo imperio medo (s. VI). Ellos miraban al cielo para interpretar la tierra y sus existencias. La astrología era la especialidad de aquellos sacerdotes, pues su religión tenía un carácter astral.
A veces necesito muchos reyes para dar respuesta a mis peticiones, las sociales, las personales, las cercanas y las lejanas. Este año ha sido especialmente complejo, aunque ha tenido un montón de posibilidades para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios. Bueno, en realidad no sabemos cuántos reyes eran, el texto bíblico no dice nada sobre el tema, así que tengo muchas posibilidades de alargar la carta.
Según las distintas tradiciones van desde dos reyes (siglo III, en la iglesia de San Pedro y san Marceliano) a doce reyes, en la iglesia de los sirios y armenios. El primero que señaló tres fue Orígenes. La leyenda les hace representantes de las tres grandes razas humanas Sem, Cam y Jafet: Melchor, de cabello blanco y larga barba, representa a Jafet (Europa), y ofreció oro. Gaspar, joven, sin barba y rubio, representa a los semitas (Asia) y ofreció incienso. Baltasar, negro y con amplia barba, representa a los camitas (África) y ofreció mirra. Según San Ireneo: “Ofrecen la mirra a aquel que debe morir; el oro a aquel cuyo reino no tiene fin; el incienso al Dios de los judíos que se manifiesta ahora a los gentiles”. Sus regalos lo dicen todo. Y este año ¿qué nos deparará?
La eterna novedad, y lo más importante, es que el Hijo de Dios se hizo hombre para todos los pueblos de la tierra. Además, estos hombres sabios nos ayudan a caminar en la noche al encuentro con el Salvador. Y de nuevo, otro año más: “Mis queridos Reyes Magos…” ¡Ánimo y adelante!