Hemos comenzado la fase diocesana del Sínodo, en el que la Iglesia está haciéndose un chequeo a sí misma, mediante un proceso de reflexión compartida hacia dentro, en las distintas comunidades cristianas, y un ejercicio de escucha hacia afuera, abierto a cualquier persona que quiera ofrecer su aportación. Ojalá que, poco a poco, este trabajo llene nuestros corazones de esperanza y de entusiasmo misionero.
Para que el proceso sinodal favorezca la deseada renovación de la Iglesia, es necesario cuidar algunos aspectos irrenunciables de la vida cristiana, como son el encuentro personal con el Señor y la opción preferencial por los pobres.
Con respecto al encuentro con Jesús, el Papa Francisco, en la Misa para la apertura de este sínodo de los Obispos, recordó: “El sínodo es un camino de discernimiento espiritual, de discernimiento eclesial, que se realiza en la adoración, en la oración, en contacto con la Palabra de Dios… La Palabra nos abre al discernimiento y lo ilumina, orienta el Sínodo, para que no sea una “convención” eclesial, una conferencia de estudios o un congreso político, para que no sea un parlamento, sino un acontecimiento de gracia, un proceso de sanación, guiado por el Espíritu”. Sin oración, el Sínodo puede convertirse en una lucha entre diferentes formas de ver la doctrina, la celebración y la vida cristiana. La auténtica oración, en cambio, nos libera de prejuicios y del deseo de imponer nuestro punto de vista, abriéndonos a la verdad que Dios nos manifiesta a través de su Palabra, acogida con sentido de fe por los creyentes y manifestada, muchas veces, en el sentir de los hombres y mujeres de buena voluntad.
Por otra parte, no podemos olvidar que la voz de Dios “nos alcanza a través del grito de los pobres” (Papa Francisco). Además, el Sínodo debe ayudarnos a ser más fieles a la misión que Jesús nos confió: comunicar el amor de Dios a todos, comenzando por los más pobres y marginados, pues ellos son los “destinatarios privilegiados del Evangelio” (Benedicto XVI). Ya San Juan Pablo II recordó: “Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis; desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36)… Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (NMI 49).
Por estas razones, me permito recomendar la cercanía y el servicio a los pobres, sobre todo a quienes subrayáis la importancia de la oración, y el encuentro con Jesús, a los que destacáis por vuestra sensibilidad con las personas más necesitadas. Os envío a todos un saludo muy cordial, en el Señor.