En Carta desde la fe

 

Hace unos años, un chaval se emborrachó en una fiesta. Los amigos quisieron alejarlo de sus padres, para que no se disgustaran. Él, a pesar de su estado, les dijo que lo llevaran a casa. Estaba seguro de que sus padres le ayudarían más y mejor que nadie. Su confianza no se vio defraudada. Sus padres lo acogieron, lo cuidaron y, cuando hubo ocasión, hablaron con él, para que aprendiera de lo sucedido.

Muchos podríamos contar experiencias similares a esta. A pesar de que no existen familias perfectas, la inmensa mayoría de las personas hemos experimentado y disfrutado, precisamente en el hogar familiar, del amor más incondicional y más gratuito, ese amor que solo busca nuestro bien, ese amor que nos ha permitido crecer con confianza y que, poco a poco, ha despertado en nosotros el deseo de amar de la misma manera. Un amor incondicional y gratuito es el tesoro más valioso que una persona puede poseer. Asimismo, el tesoro más precioso de una sociedad es la presencia de muchas familias que sean verdaderamente escuelas de amor, confianza y solidaridad. Por estas y tantas otras razones, debemos empeñarnos en cuidar a la familia desde todos los ámbitos

Es necesario cuidar a la familia desde dentro. Todos recibimos y todos debemos aportar, cada uno de acuerdo a su edad, a sus capacidades, a su salud… Hemos de esforzarnos por evitar cualquier forma de discriminación y abuso; teniendo en cuenta que, si bien en algunas familias todavía hay signos claros de machismo, que se deben evitar, en bastantes ocasiones se da la tiranía de los más pequeños, educados en la lógica de los derechos sin obligaciones, tendencia que es preciso corregir igualmente.

Es necesario cuidar a la familia desde las instituciones públicas. Las familias tienen derecho a una adecuada política en el terreno jurídico, económico, social y fiscal. Las instituciones deben apoyar mejor la inmensa generosidad de las familias que acogen el don de la vida y se dedican durante años al sustento y a la educación de los hijos. Por otra parte, resulta imprescindible amparar eficazmente a las familias, angustiadas frente a la enfermedad de un ser querido, el desempleo de los jóvenes, las largas jornadas de trabajo que no permiten a sus miembros encontrarse, etc. (cf. Amoris Laetitia 44).

También la Iglesia debe cuidar más decididamente a todas las familias y, en particular, a las familias cristianas, para que puedan despertar el deseo de Dios en los hijos y educarlos en la fe. El Papa Francisco nos ofrece pistas de actuación: reuniones, centros de asesoramiento, retiros, espacios de espiritualidad para matrimonios, consultorías y charlas de especialistas sobre diferentes situaciones complejas: adicciones, infidelidad, violencia familiar, hijos problemáticos, etc. (cf. Amoris Laetitia 229).

Desde la gratitud por todo lo que las familias aportan a las personas, a la sociedad y a la Iglesia, os deseo un feliz año nuevo.

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