En Carta desde la fe

 

Al comenzar un nuevo año, se suelen hacer propósitos muy diversos: voy a hacer más deporte, aprenderé un idioma, me inscribiré en clases de baile, rezaré todos los días un poco más… Frecuentemente, no se llevan a la práctica o se mantienen por poco tiempo, con las consiguientes sensaciones de frustración y mala conciencia.

A pesar de ello, hacer propósitos concretos y soñar que algún día los alcanzaremos puede ser un modo muy útil para responder al deseo de crecer y superarnos, que Dios ha puesto en el corazón de todas las personas. Nuestros sueños y deseos más profundos tiran de nosotros hacia adelante, hacia los lados y hacia arriba; es decir, nos impulsan a superarnos, a ser solidarios con los demás y a encontrarnos con Dios. ¡Qué pobre sería el ser humano si no tuviera sueños, propósitos generosos y grandes deseos! ¡Y qué importante es avivarlos en el corazón de las personas y los pueblos!

Además, cuando logramos cristalizar los sueños en acciones concretas, ejercitamos nuestra libertad, un don precioso que tantas veces ni siquiera tenemos presente, sumergidos en la vorágine de la prisa, que tanto dificulta definir nuestras metas personales y reflexionar suficientemente las decisiones. Es verdad que vivimos condicionados por la salud, la economía, la cultura dominante, las personas que nos rodean… pero, aun así, somos libres para elegir entre diversos caminos y para escoger cómo afrontar lo que se nos impone.

Un filósofo italiano del siglo XV, Pico de la Mirándola, insistía en que el hombre es la más afortunada de las criaturas, porque dispone del don de la libertad, que ha recibido del Creador. Para él, la libertad consiste en la posibilidad de ir construyéndonos y moldeándonos a nosotros mismos. ¡Ojalá seamos capaces de seguir y transmitir a nuestros jóvenes, en el momento presente, una visión de la libertad tan dinámica y creativa!

Me permito, finalmente, compartir una recomendación, para lograr que algún día nuestros propósitos de renovación sean eficaces. Resulta decisivo cuidar nuestra vida interior, pues de esta fuente brota la fuerza necesaria para poner en práctica nuevos hábitos de vida y perseverar en ellos. Todos, sean cuales sean nuestras creencias, deberíamos cuidar este manantial de incalculable potencial. Robín Sharma anima a cultivar la espiritualidad con una imagen muy expresiva: «Objetar que no tienes tiempo para perfeccionar tu mente o tu espíritu es como decir que no tienes tiempo para echar gasolina, porque estás muy ocupado conduciendo».

Quienes creemos en Jesucristo, Hijo de Dios encarnado en nuestra raza, si de verdad queremos dar buenos frutos, estamos particularmente llamados a regar nuestras raíces, por medio de la oración, la Eucaristía, la Reconciliación, la lectura espiritual, el acompañamiento personal…

Con el deseo de que, poco a poco, acertemos a hacer realidad nuestros mejores propósitos, os saludo muy cordialmente en el Señor.

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