En este mundo nuestro, tan apasionante y tan extraño, muchos prefieren comunicarse con una pantalla de ordenador o de teléfono móvil de por medio, arrinconando las relaciones tú a tú, que pueden comprometer y limitar la libertad. Gana terreno la consigna “No llames por teléfono, manda un audio”. Llamar se considera algo invasivo y arriesgado.
En el ámbito religioso ocurre algo similar. Hay quienes prefieren una espiritualidad sin rostro e incluso sin Dios. A través de ciertas técnicas de introspección, algunas espiritualidades propician el encuentro con uno mismo, generando cierta sensación de armonía, que satisface, pero no salva. Si hace algunas décadas hizo fortuna, en ámbitos críticos, el eslogan “Jesús, sí; Iglesia, no”, ahora parece abrirse paso el lema “Espiritualidad, sí; Dios, no”.
Sin embargo, el ser humano, para ser feliz, necesita amar y ser amado. Y el amor no es una energía que podemos tomar y usar, como si fuera el combustible con que rellenamos el depósito del coche. El amor requiere el encuentro personal con un “tú”, humano o divino, al que abrimos el corazón, para recibir amor y para ofrecérselo; ya que solo mi disponibilidad para amar y entregarme me hace capaz de acoger y disfrutar el amor que el otro me regala.
Para ayudarnos a entender que Dios es un tú, una persona, ciertamente diversa a nosotros, la Biblia utiliza, al referirse a Él, palabras que indican relación estrecha: Señor, Padre, Amigo, Pastor, Esposo… Y Jesús, el Hijo de Dios encarnado, se encuentra a menudo no con una energía indefinida, sino con el Abbá, el Padre, el papá.
Por estas y por tantas razones, he querido titular esta carta: Dios te ama. El Dios que ve y escucha, que tiene entrañas de misericordia y corazón de madre, te ama. “Dios te ama tanto que te da toda su vida. No es un dios que nos mira con indiferencia desde lo alto, sino que es un Padre, un Padre enamorado que se involucra en nuestra historia; no es un dios que se complace en la muerte del pecador, sino un Padre preocupado de que nadie se pierda; no es un dios que condena, sino un Padre que nos salva con su abrazo amoroso” (Francisco, 14-III-2021). Dios te ama y te impulsa a amar; no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a la fraternidad, especialmente con los que sufren.
Es verdad que las relaciones directas con otras personas comprometen mucho más que un diálogo virtual, pero el tú a tú propicia una comunicación más profunda y satisfactoria. Es cierto que el encuentro con un Dios personal, tal como es revelado por Jesús, compromete mucho más que el contacto con una energía, pero sólo el amor de Dios, más fuerte que la muerte, puede llenarnos el corazón y salvarnos de la soledad, del miedo, del egoísmo, de la desesperanza.
Dios te ama. Acoge, vive y comparte esta Buena Noticia. Recibe un saludo muy cordial, en el Señor.