Ante los horrores de la guerra, ante la muerte de tantas mujeres a manos de sus parejas, ante los abusos e injusticias, de todo tipo, que a diario golpean nuestras conciencias, nos sentimos abrumados y nos preguntamos cómo es posible que los seres humanos seamos tan inhumanos.
No hay una respuesta que satisfaga plenamente nuestra inquietud, porque el mal es un problema complejo; pero es evidente que esos comportamientos, que terminan siendo abominables, frecuentemente tienen su origen en otros menos vistosos, a los que no solemos prestar atención. Nos vamos acostumbrando a almacenar rencor en el corazón, a buscar nuestro interés antes que el de los demás, a despreciar a quien discrepa de nuestras convicciones, a no valorar lo que se nos da, a mirar para otro lado cuando se maltrata a una persona vulnerable, a justificar los propios errores, a disculpar la corrupción de los nuestros…, y el resultado es el que tantas veces lamentamos.
Un antiguo eremita advertía: «No subestimemos las cosas pequeñas, no las despreciemos como insignificantes. No son pequeñas, son un cáncer, son un hábito nocivo. Estemos alerta, cuidémonos de las cosas leves, no sea que se transformen en graves… Si descuidamos las pasiones, por parecernos pequeñas, se enquistarán en nosotros y, cuanto más se endurezcan, más difícil será arrancarlas… La virtud y el pecado comienzan por cosas pequeñas, pero llevan a las cosas grandes, sean buenas o malas».
Esta exhortación sigue siendo válida para nosotros. Una vida santa, lo mismo que una vida de pecado, tiene su origen en los pequeños comportamientos de cada día. Si reconocemos nuestros errores y somos capaces de pedir perdón, si compartimos el tiempo y el dinero con quienes nos necesitan, si rezamos un poco todos los días, si defendemos a los que se sienten frágiles, si leemos buenos libros, si pedimos ayuda con humildad y la agradecemos cuando se nos ofrece…, forjamos unos hábitos que, poco a poco, moldean nuestra personalidad en conformidad con los deseos de Dios.
La tan deseada renovación de nuestras comunidades cristianas también pasa por el cuidado de pequeños detalles: la acogida a las personas que se acercan, una llamada o una visita a quienes están enfermos o están pasando un mal momento, la preparación de peticiones sencillas para favorecer la participación en la liturgia, la consulta a los feligreses antes de emprender un nuevo proyecto, la publicación de las cuentas parroquiales, la organización de una colecta para colaborar con una buena causa, etc.
Al emprender la Cuaresma, me ha parecido oportuno recordar la importancia de los pequeños gestos, para avanzar en el camino de la conversión, tanto personal como comunitaria. Aunque parezcan insignificantes o inútiles, resultan imprescindibles para abrir nuestro corazón a Dios, apreciar su amor misericordioso y, en definitiva, transformar nuestra vida conforme a su voluntad.
Recibid un saludo muy cordial en el Señor.