En Carta desde la fe

 

Nos adentramos ya en la espesura de la Semana Santa. Tratemos de profundizar en un momento significativo de la pasión de Cristo, para conocerlo mejor, amarlo más y seguirlo más de cerca.

Es impresionante la escena de Jesús en el huerto de Getsemaní. Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas nos proporcionan algunos datos que nos ayudan a situarnos junto a Jesús en aquella “hora”. El Maestro quiso la compañía de tres amigos cercanos: Pedro, Santiago y Juan; «se arrancó de ellos», con esfuerzo y dolor, y se puso a rezar. Le invadió una profunda tristeza y el abatimiento fue creciendo en su alma. Buscó el consuelo de sus amigos y les dijo: «Triste está mi alma hasta la muerte». Tal era su angustia que «le entró un sudor que caía hasta el suelo, como si fueran gotas espesas de sangre». Y seguía rezando con intensidad: «Padre mío, si no es posible que pase este cáliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

Por amor, Jesús había compartido con sus amigos la belleza de sus parábolas y la fuerza de sus milagros, y ahora comparte con ellos su tristeza, su angustia y su agonía. También aquí nos muestra el camino a seguir. No podemos comunicar nuestra debilidad a cualquiera, pero ¡cuánto bien nos hace desnudar el alma ante personas que nos pueden comprender, acoger y abrazar, al estilo de Dios!

Sobrecoge, sobre todo, la lucha interior de Jesús, para no desviarse del camino de su misión. Habría podido escapar por el desierto y evitar tantos sufrimientos, pero se mantuvo fiel a Dios Padre, que lo había enviado a la humanidad, para mostrarnos su amor, un amor total, que no se echa atrás cuando llegan las dificultades, el sufrimiento y hasta la misma muerte; el único amor que puede salvarnos.

Martín Descalzo comenta esta lucha íntima diciendo: «sus labios temblaban, pero no los apartaría de este cáliz». Contemplando a Jesús rezando en medio del abatimiento, comprendemos aquellas palabras de la liturgia: «cuando iba a ser entregado a su pasión, voluntariamente aceptada». Es verdad que Jesús fue traicionado por Judas, abandonado por sus discípulos y condenado por los sumos sacerdotes y por Pilato; pero no diríamos toda la verdad si no afirmásemos también que él aceptó voluntariamente la pasión y la muerte, por ser fiel al Padre y por amor a la humanidad.

Esta lucha suprema de Jesús ilumina nuestras luchas diarias, cuando discernimos qué camino tomar: ¿la honradez o la corrupción?, ¿la verdad o la mentira?, ¿el bien común o los intereses personales?, ¿la solidaridad o la indiferencia?, ¿el amor o la propaganda?, ¿la fidelidad o el capricho?, ¿el Reino de Dios o mi reino?

Contemplemos a Jesús, en su pasión y muerte, como si estuviésemos presentes en aquella tierra y en aquel momento. Dejémonos impactar por sus palabras, gestos y silencios. ¡Vivamos una Semana verdaderamente Santa!

 

Teclea lo que quieres buscar y pulsa Enter