Aún resuena el grito dramático de Cristo en el Viernes Santo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). Aquella tarde el Padre se mantuvo en silencio, pero al tercer día, pronunció una palabra que iluminó la noche y movió la fría losa que tapaba la entrada del sepulcro: «¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!»
No hubo testigos, porque los únicos que estaban allí eran unos guardias somnolientos. Pero desde aquel domingo, el Resucitado se fue encontrando con los suyos y les transmitió el fuego de una vida nueva. Ellos, a su vez, se fueron convirtiendo, no sin vacilaciones, en antorchas que encendieron el mismo fuego en otros. Este es el doble movimiento de la Pascua: dejarse prender por el fuego del Resucitado y prenderlo en otras personas.
¿Cómo avivar el fuego de Jesús, que recibimos en el Bautismo, para que Él siga resucitando nuestra vida, tantas veces mortecina, y nos convierta en antorchas? El relato de los que se marchaban a Emaús (Lc 24, 13-35) nos brinda algunas pistas: acoger a las personas que encontramos por el camino, como ellos acogieron a aquel viajero desconocido que resultó ser Jesús; confiar al Resucitado nuestras esperanzas y decepciones, como hicieron aquellos discípulos; abrirnos a la luz de la Palabra que Jesús les recordó y explicó; compartir el techo y el pan, volver a la comunidad y contar a los hermanos que sus corazones ardían al escucharle.
En este tiempo de Pascua, también resulta muy provechoso leer las apariciones del Resucitado que narran los Evangelios, como si estuviésemos en aquel lugar y en aquel tiempo. Así podremos pasar desde la tristeza a la alegría, con María Magdalena; desde la incredulidad y el miedo a la fe y a la valentía, con los apóstoles; desde el desánimo a la esperanza, con los de Emaús; y desde la arrogancia al amor humilde, con Pedro.
¿Cómo encender en otros el fuego del Resucitado? El papa Francisco nos ofrece algunas indicaciones: «Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia y podemos compartirla con los demás; cuando sabemos sonreír con quien sonríe y llorar con quien llora; cuando caminamos junto a quien está triste y corre el riesgo de perder la esperanza; cuando transmitimos nuestra experiencia de fe a quien está en búsqueda de sentido y felicidad. Con nuestra actitud, con nuestro testimonio, con nuestra vida decimos: ¡Jesús ha resucitado!» (Regina coeli, 06/04/2015).
Tengamos en cuenta que los hombres y mujeres de hoy nos parecemos mucho a Tomás, el Mellizo, que no creyó en la resurrección hasta que se encontró con Jesús. Por tanto, anunciemos la resurrección explicando con humildad como la fuerza, la luz y la alegría del Resucitado han transformado nuestra vida; allanando así el camino para que otras personas puedan descubrirle, acogerle y experimentar su amor y su gracia.
¡Feliz Pascua, hermanas y hermanos! Vosotros sois las antorchas del Resucitado.