Hay quienes dicen que la religiosidad popular se centra más en el sufrimiento de la pasión que en la alegría de la resurrección. Es evidente que la escenografía de nuestras procesiones de Semana Santa sigue los “pasos” que llevaron a Jesús a su dolorosa muerte. También es cierto que los seres humanos somos proclives a conmovernos con los que sufren más que a empatizar con los que se sienten felices. El dolor suscita compasión, mientras que el éxito provoca envidia en no pocas ocasiones.
No obstante, la religiosidad popular también se manifiesta en las romerías, que, en nuestra tierra aragonesa, suelen coincidir con el tiempo pascual. Tanto las procesiones de Semana Santa como las romerías de Pascua han arraigado profundamente en la vida de los pueblos. De hecho, atraen a muchos jóvenes y adultos que habitualmente no celebran la fe cada domingo en su parroquia.
Hemos de reconocer y promover los muchos valores que dan fuerza a estas manifestaciones de religiosidad popular. En las romerías, salimos de la comodidad de nuestras casas, para avanzar juntos hacia la ermita, que se convierte en el símbolo de una meta espiritual. La Santísima Virgen y los Santos son los acompañantes y guías de nuestro caminar. Disfrutamos de la creación, que resucita cada primavera. Nos sentimos miembros de una misma comunidad, aunque pertenezcamos a familias y pueblos diversos. Se fomenta la convivencia y la participación de todos… En este ambiente humano y espiritual, la Eucaristía tiene un lugar ideal de celebración, llega a ser el centro de la romería y se prolonga en la mesa compartida, puesto que la Comunión eucarística reclama siempre comunión de vida.
Pido al Espíritu del Señor que nos ilumine, para que seamos capaces de aprovechar las posibilidades que las romerías nos ofrecen para humanizar nuestras vidas y acercarnos más al Evangelio de Jesús. Que Él inspire en todos nosotros el deseo y el acierto para corregir las desviaciones que puedan darse en las romerías y, al mismo tiempo, sepamos introducir algunos elementos que a veces están ausentes, como la preparación espiritual previa y la solidaridad con los pobres. De este modo, quienes participamos en ellas nos daremos cuenta con más claridad de las raíces de lo que hacemos y festejamos, raíces que pueden convertirse en fuente de inspiración y de fuerza en el trabajo y la convivencia de cada día; también podremos disfrutar de una experiencia hermosa de Iglesia, que peregrina unida al encuentro con Cristo Resucitado, camino, verdad y vida.
¡Feliz Pascua, hermanas y hermanos! Cristo Resucitado también te espera en esa ermita tan querida para ti. Él caminará a tu lado y lo reconocerás en la fracción del pan, como los discípulos que marchaban hacia Emaús.
María, te acompaña, para que puedas encontrarte con su Hijo y gozar, con ella y como ella, de su vida resucitada y resucitadora. Amén.