Todos experimentamos desde pequeños el deseo de ser libres y felices. Sin embargo, la libertad requiere un aprendizaje, a veces tortuoso, y la felicidad suele ser esquiva. Por ello, tenemos la tentación de buscarla por atajos que sólo proporcionan alegrías cortas, que luego dejan largas resacas de tristeza.
Hay personas que quedan atrapadas en una espiral que les mina la libertad y la felicidad. Otras, en cambio, gracias a la ayuda de Dios y de tanta gente buena como nos rodea, logran aprender de sus propios errores y caen en la cuenta de que la vida encuentra sentido cuando se regala, y que la alegría crece cuando nos dedicamos a los demás. En efecto, somos lo que damos: el tiempo que compartimos, las sonrisas y los abrazos que regalamos, el perdón que ofrecemos, el trabajo responsable por el bien común, el empeño en construir un mundo de hermanas y hermanos… San Agustín lo expresó con una frase precisa: “Amor meum, pondus meum”, que significa: “mi amor es mi peso”. Dicho con otras palabras: Yo valgo lo que vale mi amor.
Somos lo que damos, somos amor. Este es el lema del Día de la Caridad, que Cáritas celebra coincidiendo con la solemnidad del Corpus Christi. En esta fiesta, conmemoramos que Cristo nos regaló su cuerpo y su vida entera en la última Cena y en el Calvario, y sigue entregándose en cada Eucaristía, memorial de su entrega “hasta el extremo”. Cada vez que lo recibimos, su amor nos alimenta, nos une a todos los que lo comulgamos y, como Él y con Él, nos sentimos urgidos a amar de la misma manera. Benedicto XVI lo explicó con una frase cargada de significado: “la Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús” (DCE 13).
La Iglesia nos invita, en esta solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, a asombrarnos ante la misericordia del Padre que ha mirado compasivamente nuestra pequeñez y nos ha entregado a su Hijo como alimento, para que tengamos vida en abundancia. Él nos mueve a mirar con ternura a nuestros hermanos, sobre todo a los que sufren, y a alimentar, con humildad y respeto, su hambre de pan, de amor, de esperanza y de fe. Las dos miradas: al Sacramento y a los pobres, se enriquecen mutuamente, de manera que el amor a los pobres resulta imprescindible para experimentar que Dios nos ama y que también nosotros le amamos.
Queridos hermanos y hermanas, acoged con devoción y gratitud el pan eucarístico; porque el Espíritu que transforma un pedazo de pan en el Cuerpo del Señor, nos irá transformando, si lo acogemos con un corazón abierto, en pan para los hermanos y hermanas, en sacramento del amor de Dios en medio del mundo. Recibid un cordial saludo en el Señor.