En Carta desde la fe

 

Estaba dando las últimas pinceladas a la carta de esta semana, cuando me llega un mensaje al teléfono: “Jose acaba de dejarnos. Ya descansa en Él”. Y me ha resultado imposible acabar el texto que tenía entre manos. He sentido la necesidad imperiosa de expresar algunas experiencias vividas con este buen hermano que ha cruzado a la orilla eterna.

Cuando se declaró su enfermedad, nos avisó a unos cuantos amigos, a pesar de que algunos estábamos lejos. No quiso vivir a solas la incertidumbre, el miedo y el dolor que provocan un diagnóstico amenazante. Además, quiso hacernos partícipes de muchos momentos de esperanza, de alegría, de amistad, de fe. Cuando hablábamos, algunas veces mi corazón se encogía, pero siempre tuve la certeza de que esos encuentros me hacían más humano y más cristiano. Agradezco a Dios que Jose quisiera incluirme en ese grupo de privilegiados que podíamos escuchar sus confidencias y compartir momentos muy intensos.

Nuestro amigo fue (debe seguir siéndolo) un hombre rebelde. De vez en cuando también discutía con Dios, sin ocultarle los sentimientos y las ideas que se agolpaban en su corazón y en su cabeza. La enfermedad le ayudó a conocer más a Dios, a orar mejor, a sentir su cercanía y a abandonarse en Él.

Jose, en este tiempo de enfermedad, ha procurado disfrutar de la vida al máximo. A pesar de sus malos momentos y de sus desánimos, no se ha quedado en casa a llorar su desgracia. Ha viajado y ha celebrado las buenas noticias y los acontecimientos más felices.

También supo acercarse a personas y familias que estaban pasando situaciones semejantes a la suya. ¡Qué valor tiene la palabra de quien no habla de oídas! ¡Qué fuerza tiene el consuelo de las personas que comparten su “secreto” para afrontar una enfermedad mortal!

Otra de las experiencias más bonitas que Jose me ha permitido disfrutar es el cariño entrañable de la familia y de la amistad. Cada vez que iba a su casa, me encontraba con sus amigas y amigos más cercanos, que no lo han dejado solo nunca. ¡Qué amor tan grande el de las personas que renuncian a sus planes personales para estar cerca del amigo que sufre!

Al final, cuando la lucha era insoportable, pidió que le aliviasen el dolor, siendo consciente de que los fármacos utilizados podrían acortar su vida.

No cuento estas vivencias para proponer a nuestro amigo como un ejemplo a seguir en cada una de sus opciones, ya que cada persona tiene su forma de ser, sus recursos, su cultura, sus valores, sus creencias… No obstante, estoy seguro de que nos hace bien conocer historias como las de Jose. Su modo de afrontar la enfermedad y la muerte ha sido más que digna, ha sido una gracia. ¡Descanse en la paz de Dios!

Recibid un cordial saludo en el Señor.

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